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El delator

Calles de Pontevedra vacías durante el confinamiento. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Calles de Pontevedra vacías durante el confinamiento. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

A lo mío. Huir de la moda. Lo que piensas, no lo que el contexto sugiere que escribas. Mala cosa la literatura-masa. En este confín y leyendo a Víctor Hugo y a Barea confirmo mi alejamiento del rebaño ¡Viva Meaño! 

John Houston, a un amigo director en matrimonio con el fracaso: Tu problema es que haces la película que los demás quieren ver, no la que a ti te gusta. Tenía razón Houston. 

Por eso escapo del izquierdismo insulso. De una izquierda auténtica, que fue mía, pero que hace tiempo dejó de pensar. Que sustituyó su sustancia gris por engrudo. Grita la izquierda de todo para todos y gratis. Nuestra deuda equivalente al PIB. No importa: Barra libre, renta mínima a esgalla. 

Sin embargo, resulta que hay espárrago, aceituna y ajo sin recoger, recolecta de búlgaros y subsaharianos de la que nuestros nacionales desisten. Mientras, repartimos subsidios de desempleo como si esto fuera la corte del rey Midas, que como todos sabemos era un rey que arreglaba coches a muy buen precio. 

Conozco a uno, sano-sanote que prefirió irse a casa con cuarenta y cinco tacos, veinte mil euracos de indemnización y cobrando el desempleo a seguir trabajando cuando podía hacerlo. No nos engañemos, hay casos así. En tanto, usted y yo nos levantamos todos los días a las siete para mantenerlo. Buenos tiempos para el eslogan facilón: Cerdos capitalistas, arriba el obrero. El empresario, un cabrón; el resto, ángeles. Si fuera tan sencillo… 

Continuaré sincero. Ustedes leen El Diario ahora. El Diario es una empresa de la que muchas familias comen. La necesidad que tengo de ser condescendiente con este medio es ninguna, por eso sirve como ejemplo. Donde hay empresa hay trabajo; donde no, paro y pobreza. Una obviedad, pero hay que recordarla. A ver si alguien se la explica a Iglesias. 

Donde hay empresa hay trabajo; donde no, paro y pobreza. Una obviedad, pero hay que recordarlo

Porque la economía es vieja. Si ganas equis y ahorras algo vives sin problemas; si ganas equis y gastas equis más uno, remoja tus barbas. 

En España, ebria y asomada al abismo, hay un porcentaje de población que prefiere la vida muelle a doblar o lombo. Gente responsable y trabajadora a mazo y otra que elige lo cómodo. Claro que hay empresarios cabritos y aprovechados, pero también subsidiados que pregonan su precariedad económica desde el último BMW y el teléfono de seiscientos euros, desde el abono a Netflix y a Amazon. No hablo del necesitado de verdad, que a ese hay que ayudarlo siempre. 

España solo tiene una salida: Fomentar la creación de pequeñas y medianas empresas e intubar a las que logren pervivir al corona; menos subsidios y más autónomos. No me regales un pez, cómprame una caña y enséñame a pescar ¿Recuerdan? 

Seguiré siendo sincero. La semana pasada sugería reconducir el espectáculo. Los aplausos, por ejemplo. Más propios de un estreno teatral exitoso que de la administración sanitaria. 

Porque si de aplaudir se trata, sugiero que lo hagamos con quienes a diario salen arrastrando su alma de una sesión de quimio o radio. Me refiero a los cancerolvidados. Lo escribo junto deliberadamente: Cancerolvidados. Si fuese un cancerolvidado igual me entristecía el agravio… O igual cogía una recortada y convertía el mundo circundante en Puerto Hurraco… 

Más sinceridad. En la mili, en el monte del Teleno y con algunos grados bajo cero mi Coronel rompía el cristal del hielo y, en camiseta de asas y calzoncillo comenzaba a asearse. Por mis muertos. Un espectáculo aquel oso de pelo blanco lavándose de amanecida y en plena paramera gélida. 

Tenía sesenta y cinco tacos. Nosotros, veinte, lo veíamos con una mezcla de admiración y respeto. Había hecho una guerra civil donde esquivaba las bombas del ejército republicano, que rebanaban brazos y arrancaban las cabezas. A él con dos o tres graditos bajo cero… 

No me hago a mi Coronel en la rueda de prensa del General Santiago, el de la Guardia Civil, que tiene la piel muy fina. El General no puede sacar pecho por su pasado anti ETA como excusa exculpatoria de su error.

Mi Coronel. Mi Coronel hubiera cogido la jofaina con la que se lavaba y la hubiera arrojado al correveidile malintencionado mientras le explicaba su obligación de luchar contra los bulos, eso que, con poca fortuna, no supo aclarar el General. 

Inmediatamente salió el séptimo de caballería a su rescate, o sea Simón y su claque, aplaudiendo también. Se conoce que esto del aplauso es más contagioso que el coronavirus. De sicoanálisis, oigan, un alto mando de la benemérita, una de las instituciones más respetadas por los españoles mostrando su agravio en público y dejándose aplaudir como Lagartijo Chico en una tarde triunfal. 

Con todo respeto: Vuélvase a su despacho, mi General. Reflexione. Y deje las ruedas de prensa para María Jesús Montero, portavoz del gobierno experta en comunicar perfectamente mal. 

Por eso ahora que el kilo de comparecencia va baratísimo y el de buena gestión por las nubes conviene no confundir apostura física, incluso telegenia con liderazgo real. 

Porque parece, por lo que voy leyendo, que liderazgo significa hacer oposición a la oposición. Sin confusiones: Criticar a la oposición es mostrar tus debilidades como gobierno. Claro que disfrazarse de reponedor de supermercados, Casado esta semana, es estafar y espantar a tus votantes. 

Churchill, mientras Gran Bretaña se encontraba bajo la amenaza de la invasión nazi, prometió lo que podía, fluidos corporales. No criticaba a la oposición porque tenía cosas más importantes que hacer. 

Es más. Soportó, constante la guerra, una moción de censura sin quejarse. Claro que había hecho la guerra de los Boers y era un experto gestor: Lord del Almirantazgo y otros cargos; Sánchez - –odiosa comparación– ocupó una concejalía segundona del ayuntamiento de Madrid. Ah, y fue tertuliano en Trece TV. Todo un currículum… 

Concluiré con una figura asquerosa que nos deja el coronavirus: El soplón, el chivato. El delator. De moda en las teles. El delator es la forma sublimada y químicamente pura del insidioso. 

Antes de glosar al delator, detengámonos brevemente en el insidioso. El insidioso es malintencionado y la conciencia le cuelga tanto como la corbata a Trump, que la lleva tan larga que tiene que apartarla para mear; el insidioso pone a parir al ausente; el insidioso es normalmente un mediocre o un acomplejado y siempre un cobarde, incapaz de contener sus comentarios críticos, como incapaces son los organismos senescentes de contener sus ventosidades. Pero con toda su maldad es inofensivo y solo se daña a sí mismo, retratado en cada crítica espaldera porque, delante del criticado, el insidioso calla. Como un mudo. Como una puta. 

Pero un paso más allá del insidioso va el delator. El que con un teléfono móvil grava a uno que hace deporte en solitario sin dañar a nadie, que llama a la Guardia Civil para aliviar su aburrimiento o su resentimiento y chivarse de alguien. El delator es un mal bicho que diluye su frustración o su aburrimiento en la denuncia. Cuando lo veo en las teles, porque por encima el muy imbécil se hace publicidad, se me revuelve el estómago. 

En fin. Como no quiero concluir con acritud, trataré de ser comprensivo y condescendiente con el delator: Así te pudras, cabronazo.

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