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Escabeche en la Caeira

Charles Manson en los años 70, tras su detención. ARCHIVO
photo_camera Charles Manson en los años 70, tras su detención. ARCHIVO

Ustedes conocen la historia de Charles Manson, un pigmeo peludo resultón. Florecido en el flower-power, antecedentes carcelarios y enorme vis atractiva, Manson inicia las sectas destructivas. Anticipó una guerra mundial racial pero patinó. Las únicas guerras tras su predicción fueron Vietnam, la que desintegró Yugoslavia y la del petróleo. Seamos francos, solo el petróleo justificó Irak.

Manson, que no tenía un pelo de tonto y tenía más pelo que los huevos de King Kon era, como algunos enfermos mentales, sumamente inteligente. Seleccionaba jovencitas muy jovencitas que incorporasen de serie la simpleza inocente de los pocos años. Era Manson, pues y fundamentalmente, un colosal especialista en casting.

Su labia suave manipulaba la ternura inmadura de aquellas quijoteras, hasta introducirles la idea de que, con causa, la violencia es algo aceptable. Morir carecía de trascendencia en una época de transgresión que buscaba la demolición del American wey of life. Manson y los suyos se convirtieron en el cultivo perfecto que describiera Patricia Highsmith en El Diario de Edith: Los viejos estorban, la vida de los otros no es un valor absoluto y entregarse a los demás carece de recompensa. Por eso, la maldad es siempre una opción. Patricia dijo en una entrevista que a finales de los cincuenta era normal terminar una mañana de trabajo con cinco copas. Matar era entonces algo cotidiano. Llegó Vietnam y América comenzó a sicoanalizarse en el diván de su autocrítica.

Manson también era un resentido social. La elite de Hollywood le había prometido comercializarle un disco y, frustrada esa expectativa decidió que pasar a cuchillo a quienes consideraba cerdos era la consecuencia lógica de aquello: todos los que trabajasen en la industria del espectáculo e hiciesen del lujo un modo de vida, todos los que le recordasen su infancia miserable y desafecta merecían un matarife.

Manson comió el tarro a aquellas chiquillas, que se consideraban integrantes de una familia que no era la suya. El lazo sanguíneo quedaba relegado, cuando no definitivamente roto, en favor de los verdaderos afectos, que se entretejían con fidelidad al líder, rock y hierba. Que no era la del parque, claro. A Manson lo había vendido su madre a una camarera estéril por una jarra de cerveza. Mal inicio para un niño sin familia. Atraco a mano armada con trece años y fugas de orfanatos, robo de coches y falsificación de cheques salpican su pasantía criminal.

La 'familia' se asentó en El Valle de la Muerte, muy propio, y allí Manson, que además de sicópata y delincuente era un pichabrava, se dedicó a trajinarse a las chiquillas. Pudo haberse hecho un nudo en la miringolla pero optó por el desahogo hedonista. Fue padre en más de diez ocasiones. Su obra maestra fue en agosto del 69. En Cielo Drive y mientras yo cogía la barca de Fariña para ir a la playa de Lourido. Sin ejecutar ninguno de los crímenes pero con una inducción sin la que no se hubieran producido, la 'familia' se cepilló a cinco. Sharon Tate, esposa de Polansky, recibió dieciséis puñaladas, seis de ellas mortales. Con la sangre de las víctimas escribieron "cerdos" en las paredes y Polansky habló a la tele sin limpiar las pintadas: quería epatar a la audiencia y que colaborase con el esclarecimiento del crimen.

A Sharon, una vez autopsiada, la enterraron con su bebé en brazos, un feto hermoso. Le faltaban dos semanas para dar a luz. Las amistades de Polansky decían que estaba perdidamente enamorado de Sharon y el mismo ha confirmado que como no volvió a estarlo jamás. Los 'artistas' fueron condenados a muerte, pero su pena conmutada. En la cárcel, un hare krishna roció con disolvente de pintura a Manson y le prendió fuego, pero mala herba nunca morre y Charly sobrevivió. Murió en paz, en la trena y en cama.

El crimen no fue fácil de resolver. Manson no dejaba huellas ni dejaba que las dejara su 'familia'. Así que los investigadores estaban tan perdidos como aquel pequeño genovés buscando a su madre en la novela de Edmondo de Amicis. Pero la inteligencia de Manson portaba su propia destrucción. Quema un coche y alguien lo denuncia a él y a su tropa. Una ‘familiar’ alardea del crimen de Cielo Drive en el caldero y la interlocutora le advierte de la cámara de gas, pero la delata. De ese hilo tira la bofia hasta llegar a Sharon. Quedaba que alguna 'familiar' hiciera de testigo de cargo. Una de dieciséis años dijo que el amor a su madre estaba por encima del que sentía por Manson y cantó.

Puede controlarse en parte a un adolescente, pero no completamente. Mi madre me reprochó un día que tardase toda una tarde en dar señales de vida; le contesté que quizá eso no estuviese bien, pero que siempre era preferible a inyectarme heroína como el hijo de una amiga suya. Era el 78 y caían aquí como moscas chavales atrapados en la melaza del caballo. Mi madre entendió que algún aspecto de mí ya excedía al control adulto. Eso tiene la adolescencia. Comportamientos infantiles y razonamientos adultos inapelables.

Ayer soñé que unos de una secta entraban en un chalet de la Caeira a escabechar a una familia. Pero no pasaba nada. Porque no los lideraba Manson, sino John Balan. Y en vez de a Sharon Tate, vi en el sueño como fulgía el bigote de Finoca, la de Marín.

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