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Tonto 'pa' ahora y tonto 'pa' luego

UNA VEZ, toga puesta y en estrados dijo su señoría "Es la hora. ¿Comenzamos?". En aquel concreto proceso la incomparecencia del demandante suponía tenerle por desistido. Para que se entienda, por palmado el juicio. El demandante y su letrado no estaban y se rebasaba la hora. Pedí venia. Dije que, si no importunaba, podría comenzar el juicio siguiente y, de comparecer el compañero, celebrar el nuestro después. Su señoría aceptó. Nada heroico. Es habitual. Más tarde, sudoroso y disculpándose apareció el abogado. "Me cascó el coche". Entramos. El retrasado involuntario agradeció el gesto. Había estado en un tris de perder el caso. Dije que el ente que yo defendía no vencía en juicio por incomparecencias, sino por hacer valer sus razones. Lo contrario, aquello que explicó Unamuno a Millán Astray : "Venceréis, pero no convenceréis". Recupero esta anécdota porque si algo hace llevadero el curro es el buen rollo entre compañeros, que, al menos en el foro y en Pontevedra, es el que dejo escrito: defensa de los intereses propios y respeto por el adversario. Y luego, a hostia limpia. A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Nunca he recibido un comentario hiriente de un compañero por un pleito perdido. Ni jamás he hecho mofa de otro a quién hubiese derrotado, por cruel y porque el litigio es como la vida, ganas hoy, mañana pierdes. Sensato ser respetuoso. No infligir un daño gratuito que no te gustaría te irrogasen a ti. Me lo explicó hace años un legionario de la toga, desgraciadamente ya fallecido: "Los pleitos piérdelos como propios y gánalos como ajenos". En el fracaso, analizar el error; en la victoria, pasar página con elegancia. Pero claro, siempre tiene que haber algún cara de cona tocando los huevos y encizañando. En lo futbolístico, por ejemplo, uno de un equipo al que denigra obstinadamente con su comportamiento. El sujeto éste, cuando gana, se coñea pedestremente del adversario madrileño. Nen pijo de buena familia barcelonesa poco le aprovecharon, a la legua se ve, los dineros invertidos en su instrucción. Millonario joven fue a enrollarse con una rapaza a la que idolatraba desde que, adolescente, escuchaba su música. (No termino de entender, se lo juro, cómo una persona madura, a la que el éxito profesional impuso responsabilizarse muy pronto de su propio destino -la artista en cuestión-, pudo vincularse a un niñato como éste. Verán como más pronto que tarde lo manda a tomar por el culo). Forrado y casado con la novia del mundo, el pájaro se creyó con patente de corso para faltar al respeto a todo dios, pero especialmente a lo merengue. Castilla del Pino, el siquiatra rojo, cuenta en sus memorias que tenía un compañero de escuela, adolescente falto de un hervor, que se pasaba horas manipulando un fósforo al que retiraba la cabeza inflamable para hacer luego una leve incisión en él y colocarle, finalmente, una banderita española, de papel, que previamente había coloreado de rojo y gualda. Cuando el profesor se giraba para escribir en la pizarra, desabrochaba la botonadura del pantalón y sacaba su cipote, retiraba la piel del prepucio y se introducía el abanderado palito en la punta de la polla. La siguiente operación la omito. Leyendo esto, no sé por qué -o quizá sí- me acordé del homenajeado, un Joker plasta y peñazo. Tocapelotas que se cree simpático cuando permanece cercado en los dominios del tonto pretencioso; un incapaz de rebasar la frontera que deslinda la coña de buen gusto de la estupidez sin paliativos. Síganme: se abre el telón. Se ve un cadáver acuchillado con una cagarruta cerca. Se cierra el telón. Se vuelve a abrir y el cadáver, otra vez, con otras cagarrutas de peor aspecto acompañándolo. ¿Cómo se llama la película?... El asesino anda suelto. Entonces se oye una única carcajada. ¿Quién ha contado el chiste? ¿Quién, el muy imbécil, se ha reído solo él? No lo duden. Contador y reidor son uno, el tuercebotas. Si Bigotón del Bosque no fuese un templagaitas hace tiempo que lo habría fulminado de la selección. Por jodón, por soplapollas y por payaso de calidad rezagada. Un compañero mío, listo como un ajo decía refiriéndose a algo que desconocía "de esto no sé, pero no estoy incapacitado para aprender". ¡Amigo! rasgo distintivo, diferencia sustancial entre burras peideiras y seres humanos inteligentes: deseo de los primeros por estabularse en su marasmo de idiocia y ansia de los segundos por aprender de todo, de todos, todos los días. Ubiquen ahora a nuestro héroe en una de estas categorías. Fácil. Sobre todo considerando que compañeros suyos imparten lecciones de elegancia, bonhomía e inteligencia. Don Andrés Iniesta, por ejemplo. O sea que como dice mi amigo Carliños Quintiá, tonto ‘pa' ahora y tonto ‘pa' luego, el nota éste.

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