Blogue | O voo da curuxa

El arte de hacer bien las cosas (o hacerlas mal)

EN NUESTRA cultura occidental, el arte es habitualmente comprendido en un sentido muy preciso, y a su vez, muy limitado. Suele referirse en exclusiva a esas obras estéticas que realizan ciertos artistas profesionales y que se exhiben en los espacios y los canales institucionalizados para tal reconocimiento: sean los museos, los palacios de la ópera o las salas de exposiciones. Sin embargo, para el filósofo pragmatista John Dewey, el arte se encuentra en el modo en el que hacemos las cosas. Cualquier actividad que emprendamos puede realizarse bien, regular, mal o peor. Desde este punto de vista, el arte sería una cualidad del hacer, por lo que en realidad tendría una naturaleza adjetiva más que sustantiva. 

Esta idea lleva implícita la apuesta por una determinada actitud: el deseo permanente de hacer las cosas de la mejor manera posible. Como bien ha visto el sociólogo Richard Sennett, esta idea y esta actitud pueden también comprenderse bajo el concepto de artesanía. Sennett ha estudiado de forma magistral este concepto, tanto su génesis histórica, como sus características cualitativas, su potencialidad como actitud vital o sus implicaciones éticas (Sennett, El artesano, 2009). La artesanía está relacionada, por supuesto, con la forma de trabajar y ciertos valores de los antiguos gremios artesanales (por ejemplo, considerar el lugar de trabajo como un hogar, comprender la técnica como un saber teórico-práctico, comprometerse con los procedimientos y el resultado, o sentir el orgullo del trabajo bien hecho), pero en realidad, Sennett la entiende en un sentido muy amplio: todo aquel trabajo que está impulsado por la calidad. Como en Dewey, se trata más de una cuestión de motivación y actitud que de talento, que al fin y al cabo, sería el producto de haber perseverado en esa actitud. 

Visto así, el arte, o la artesanía (vienen a ser lo mismo), se aplica a cualquier tarea. Está presente tanto en el oficio del albañil, del carpintero, del profesor, del programador informático, del médico, del científico, como en el gobierno de cualquier institución o en la misma labor del padre y la madre en la crianza de los niños. Claro que los tiempos no parecen propicios para este espíritu: los trabajos mecánicos y rutinarios, el trabajo que no requiere cualificación, el rechazo de la creatividad, el extrañamiento respecto a los medios y los fines de las tareas, las máquinas y un exceso de tecnología, las prisas, la pereza, la superficialidad... son elementos que juegan en contra. Frente a la chapuza y la adversidad de estas condiciones, es hora de reivindicar la calidad y el orgullo del trabajo bien hecho. Merece la pena. 

Carlo R. Sabariz
Grupo Doxa de Filosofía

Comentarios