Blogue | Permanezcan borrachos

Adiós, periódico

HACE DOS meses un amigo quedó a comer con una amiga a la que no veía desde 2020, aunque se escriben o hablan casi todas las semanas. Fue un almuerzo de lo más divertido. Tomaron cava, una botella de vino blanco, y al acabar dieron un paseo, que al poco interrumpieron para disfrutar de un gin-tonic en una terraza, frente a la playa, y más tarde para entrar en una heladería. Se sentaron a una mesa con vistas a una plaza muy concurrida. En un momento dado, él se dirigió al cuarto de baño y a su regreso ella se había ido, dejando su helado de limón casi intacto. Mi amigo se asomó a la calle, pero no la vio. La llamó por teléfono, pero no respondió. Sumido en el desconcierto, volvió al local y se acabó el helado, como parte de la ceremonia de la deserción. Al cabo, recibió un mensaje de ella, confesando que la despedida, el abrazo, las palabras del adiós, la habrían puesto más triste de lo necesario. Él no pudo evitar sentirse molesto, aunque le pareció que el fastidio quizás fuese preferible a la amargura de los mimos, la distancia, etcétera.

Tallón adiós. dentro MARUXA
MARUXA

Un adiós se vuelve casi siempre una forma de descontento. Hay algo en el acto, y en su lenguaje, que incomoda. Rara vez te quedas absolutamente conforme después de una despedida. Te gustaría que fuese más sencillo, más imparcial. Casi seguro que pudiste hacerlo mejor, piensas al alejarte. Pero no supiste. Quizás nadie sabe. Seguramente no existe un modo perfecto de alejarse, uno que no imponga cierta amargura.

No importa cómo dices hola, pues lo bueno está por llegar, pero cómo va a dar igual la manera en que te despidas, si ahí se acaba todo. "Nadie nos enseña a decir adiós", sostenía hace unas semanas Diego Luna en una entrevista en El País. El actor mexicano contaba que un día, después de varias botellas de mezcal, él y su amigo Alejandro Ricaño se dieron cuenta de que, a pesar de que estamos poniendo fin a cosas toda la vida, constantemente, somos incapaces de decir bien adiós.

Son incontables las despedidas, y también los contrastes entre unas y otras. A lo largo de una vida más o menos larga, que es casi lo mismo que decir corta, dices adiós a amigos y familiares todo el tiempo. Dices adiós a costumbres, recuerdos, esperanzas. Dices adiós a dudas, rachas de buena y mala suerte, ingenuidades. Dices adiós a objetos, frustraciones, animales, negocios. Dices adiós a trabajos, casas, certezas. Dices adiós a viajes, relaciones, oportunidades. Dices adiós a vecinos, sentimientos, experiencias, modas. Dices adiós a aciertos, errores, calles, destrezas. Incluso dices adiós a la propia vida. Y aún así, cuesta muchísimo despedirse. Un misterio. Cuando lo haces, lo haces porque hay un motivo, o varios, o porque te parece que, aún sin un motivo real, a las cosas hay que darles un final para que se vuelvan historias. Llega siempre un momento en el que irrumpe lo nuevo, dispuesto a empujar y alejar lo viejo.

El adiós no se deja desentrañar. En su naturaleza esta ofrecer resistencia. Se niega a serlo, como en esas conversaciones telefónicas en las que la despedida de verdad, previa a colgar, viene precedida de varios intentos fallidos, después de los cuales la conversación solo reverdece. No es fácil saber cuándo llega la hora de decir se acabó, adiós, fue bonito, qué pena. Te parece, en ocasiones, que hace tiempo que es la hora, y que las épocas tienen un origen y una liquidación, y quizá esa finitud, que nos obliga inevitablemente a la despedida, las hace más tristes, pero a la vez más bellas. Las vacaciones, por ejemplo: ¿disfrutaríamos de ellas tanto como parece si en lugar de ser breves, intensas, memorables, durasen para siempre, y por tanto estuviesen desprovistas de su encanto?

A lo mejor la belleza de las cosas tiene que ver con su fragilidad y con que un día, sin más, se acaban, y apenas queda en pie el recuerdo, si queda. A saber. Este es mi último artículo en El Progreso, por cierto. Fueron ocho años de columnas peores y mejores, con un principio y un fin. Echaré de menos la época. Para mí fue bellísima. Adiós, periódico.

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