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Un año sin Alcoa

Jueces y trabajadores han sido actores clave para mantener con vida la planta de aluminio
La factoría de Alcoa. JM ALVEZ
photo_camera La factoría de Alcoa. JM ALVEZ

LA HISTORIA reciente de Alcoa con su planta de aluminio es la suma de todo aquello que ha sido evitado. Y, por increíble e incluso insoportable que pueda resultar, ha sido para bien en la mayor parte de los episodios que acumula este año de crisis en A Mariña. Un despido colectivo que finalmente no fue, un cierre que dio paso a una negociación de venta, unas conversaciones que se rompieron en septiembre del año pasado cuando encaraban su tramo final, una nacionalización que se transforma en puntual operación puente para alfombrar la llegada del eventual comprador y, además, un bloqueo político inicial que ha dado paso a cierto entendimiento entre administraciones...

En todo esto no ha influido el destino. Ni tan siquiera la voluntad de las partes, que ha sido doblegada en evidentes ocasiones. Y, en cierta medida, tampoco las presiones desde el frente político, que casi siempre ha actuado a remolque, cuando no envuelto en la bandera de las promesas. Dos han sido los actores determinantes para que la crisis de la planta de aluminio de Alcoa se encuentre en el punto en el que está tras un año de incertidumbre, y es hora de reconocerlo. Han sido los trabajadores, del primero al último, y el sistema judicial, desde un juzgado de lo Social hasta la Audiencia Nacional. Porque la crisis de Alcoa ha demostrado muchas cosas en un año.

Por ejemplo, que la justicia, por muy lenta y alambicada que pueda resultar, ha sido garantía de esperanza para miles de familias este año. De no ser por los tribunales, la mala fe de Alcoa en las negociaciones se hubiera quedado en ciencia ficción, indemostrable, y el despido colectivo estaría ya despachado. Y son los jueces, además, quienes se encargan de reconstruir en estos momentos el pasado reciente de Alcoa en A Coruña y Avilés. Y lo hacen por la vía penal. Algo de luz para tanta tiniebla.

Esta crisis también deja otra lección. Cuando son tantas las voces que aluden a un movimiento sindical muy debilitado en este país, con cada vez menos afiliados, sin apenas fuerza en las mesas de negociación y limitado su margen de maniobra tras la última reforma laboral, aparece un comité de empresa sólido, sin fisuras y que, sobre todo, ha demostrado una virtud: saber combinar el arrojo, la firmeza, con el manejo de los tiempos, que resulta clave en esta crisis.

Otra enseñanza. Por mucha discreción reclamada en las negociaciones, por mucho silencio y gestión de despacho y teléfono que se haya realizado, nuestra clase política ha practicado en este año un permanente diálogo de sordos. La unidad de acción, entre Santiago y Madrid, se entiende, fue mera fantasía cuando más falta hacía. La sacudida en A Mariña llegó después de unas elecciones generales, las segundas en un año, y en plena crisis se celebraron las autonómicas. Frente a lo debatido en las mesas de negociación, solo hubo un acuerdo en ese tiempo: reclamar durante la campaña electoral la intervención pública de la planta. A esa petición, siempre vaga y sin definir, se apuntaron todos. Sin excepciones.

Esta antología no se podría completar sin el rol de la propia empresa. Alcoa sufrió con sus errores, padeció con decisiones que nunca ha explicado del todo, pero que en sí mismas encierran otra enseñanza. La venta previa de las plantas de A Coruña y Avilés a un fondo de inversión, los suizos de Parter Capital, fue sin duda un desacierto, como se ha visto, pero a la postre propicia que ese error no se vuelva a cometer en A Mariña. Es algo que Alcoa no se puede permitir. Demasiados ojos sobre sus decisiones. Y el resultado de ello es que, a priori, ninguno de los pretendientes actuales de la planta de aluminio es un fondo de inversión. Los buitres se alejan.

Otro año de crisis como la de Alcoa para caer en lo importante que es contar con un sector público, más o menos fuerte. La Sepi, heredera del INI que mandó en Inespal, es una herramienta fundamental en momentos de crisis. Un salvavidas. Los neoliberales deberían tomar buena nota de todo esto, como en Francia.

Del mal sueño de un año de crisis despertará A Mariña en breve. Y lo hará tras la agónica recta final de un proceso en el que hay un buen puñado de candidatos para adquirir la planta, entre ellos, capital español, viejos conocidos en Alcoa y en San Cibrao. Esto se acaba, hay que reconocerlo, y es obligado que tenga un buen final.

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