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Aceptarse ante el espejo

Hay una derecha que igual va bajo palio que manda a paseo al Papa de Roma

SEÑOR DIRECTOR:

El eurodiputado español de Vox Hermann Tertsch ha mandado al carajo, así literalmente, al mismísimo Santo Padre. El exdirigente de Ciudadanos Juan Carlos Girauta ha calificado de indecentes, sí indecentes, unas declaraciones de Francisco sobre España y sobre Cataluña. ¿Era este el centrista y liberal? Permítame usted que le presente estas dos reacciones como indicadores de algunos sectores de la derecha ante las consideraciones esta semana del Papa sobre España en una entrevista.

El anticlericalismo hispano no fue, y no es, patrimonio exclusivo de la izquierda que quemó iglesias y mató monjas y curas. Sucedió, reconciliémonos con la historia, en la II República. Hay que ponerlo en la enumeración de las causas, como hizo Madariaga por ejemplo, que llevaron al fracaso el objetivo democratizador y modernizador de España que representaba la llegada de la República. Hay una derecha tradicional y reaccionaria en España que trabajó activamente entre 1931-36 para el fracaso de la República —reconciliémonos también en esto con la historia—, que con igual entusiasmo va bajo palio en la procesión que, si le tocan su ideología nacionalista-españolista, manda a paseo al Papa de Roma o a la monja que atiende el torno para vender pastas en el convento de Belvís.

Por lo que se observa, mucho alumnado de la derecha no se apuntó a la asignatura de liberalismo homologable que impulsó Aznar. Si los líderes actuales, a derecha e izquierda, hicieron carrera académica de forma abreviada o por atajo, y se doctoraron con ejercicios de corta y pega, y la aportación externa de una sabia ayudanta, no se podrá exigir mayor esfuerzo a sucesores y aspirantes. Creo que habría que pedirles a algunos dirigentes actuales y recientes una mínima humildad para reconocer carencias curriculares antes de lanzar mensajes y medidas que no cierran sino que abren brechas.

No será un servidor de usted, señor Director, quien le niegue al Papa el derecho a opinar sobre lo que estime. Cuestión diferente es que le demos una bendición, aunque sea laica, a lo que él diga. Francisco, como jefe supremo de la Iglesia, sabrá si debe meterse o no en este berenjenal español de reconciliación con la propia historia, la memoria, el secesionismo catalán o cómo resolver la configuración de la unidad de España. Pero una vez metido libremente en el fango es inevitable que se manche y le manchen la sotana. Los ciudadanos somos sujetos de la soberanía a pesar de resistencias históricas, también de la Iglesia, para escuchar. Podemos decidir si coincidimos o no con las opiniones del Papa de Roma.

Maruxa

Ver el diálogo como traición o rendición, escribía Carlos Mundó el viernes a propósito de la mesa del independentismo con el Gobierno, no puede llevar a ningún sitio bueno. Es lo que refleja la mala educación con la que responden al Papa los citados políticos de Vox y ex de Ciudadanos. Con lo fácil que sería transmitirle que se tienen dudas de que la estructura eclesiástica que preside se haya reconciliado con las vergüenzas de su reciente del siglo XX frente al nazismo y los fascismos, sin ir más lejos. Claro que algunas de esas vergüenzas pueden verlas positivas estos inquisidores de la política que insultan a Francisco. Otros silencios sonoros ante las declaraciones del Papa fueron quizás la mejor respuesta.

En cualquier caso, el interrogante y la propuesta están ahí y nunca estará de más reformulárselas, preguntarnos si nos hemos reconciliado con nuestra propia historia, sobre todo con la del siglo XX. Francisco conocerá, puesto que el Vaticano pasa por ser uno de los centros de poder mejor informados del mundo, que ya en 1956, en plena noche de la dictadura cuando en las misas se rezaba por Franco y el Ejército por mandato del Concordato, el PCE lanzó la propuesta de reconciliación nacional. Puestos con los comunistas y en un paréntesis, le recuerdo a usted lo que escribe Enric Juliana en Aquí no hemos venido a estudiar (Arpa): una delegación del PCE, con Dolores Ibarruri y Santiago Carrillo a la cabeza, recibió en 1967 en Moscú el mensaje de que el Kremlin apostaba por la monarquía para la salida de la dictadura en España. Seguramente que el Papa también conocerá que la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes en 1971 —la ruptura de la Iglesia con el régimen— reconoció que no habían sabido ser agentes de reconciliación en una España enfrentada en guerra civil.

No se reconcilia con la propia historia quien niega la Transición como superación de vencedores y vencidos

Voy ya al núcleo: no hay más interpretación de la Transición española, que siguió a la muerte del dictador en la cama —no es este un detalle menor—, que como un esfuerzo de reencuentro y convivencia en paz de vencedores y vencidos en la Guerra Civil y bajo el franquismo. A eso se le llama reconciliación. Ignorarlo desde el ejercicio del poder no conduce a buen puerto. Los protagonistas de aquella Transición, para no repetir tragedias, se miraron en el espejo de la historia que llevó a una guerra civil y a cuarenta años de dictadura. Sin duda hubo fallos. Julián Marías, como recuerda Juan Pablo Fusi (Pensar España. Arzalia. 2021) en justo perfil del pensador orteguiano, enumeró algunos. Pero sobre todo hubo concesiones y voluntad de encuentro de un lado y del otro. Había, y hay sorprendentemente todavía hoy, algo a evitar: los peligros de una "vuelta atrás", a 1931-1936, a las políticas de radicalización de ese período, como señalaba el discípulo de Ortega y Gasset, sobre la falsificación de la historia y sobre todo de la guerra civil.

No sé a dónde apuntaba el Papa, pero le sugiero a usted que quienes se niegan a reconciliarse con la historia de este país son quizás los que ni quieren ver la histórica reconciliación que supuso la Transición, los que no admiten todavía hoy que la guerra civil arranca de un golpe contra la legalidad: un golpe de Estado. Unos y otros pretenden no dar por andada la historia. O se resisten a la reconciliación con la propia historia quienes con anteojos ideológicos no quieren ni contemplar los desaciertos en la gestión de la II República: el fracaso.

De usted, s.s.s.

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