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Visita a la torre de Montaigne

Respuesta a la simplificación de buenos y malos: independencia y escepticismo

El calor extremo dominaba el jueves por las tierras del señor de Montaigne. Hasta 42 grados marcaba el termómetro del coche cuando salíamos de los dominios del castillo. Había ido hasta allí para conocer la famosa torre en la que se recluyó el autor de Los Ensayos. 

Blog de Lois Caeiro
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Era un viaje deseado, del que había hablado con Luisa Castro cuando ella estaba por Burdeos al frente del Instituto Cervantes. Lo impidió la pandemia. Creo que ahora Luisa anda por Dublín. La escritora de Foz había publicado un trabajo en El Viajero con las propuestas y consejos para la visita a la torre de Montaigne Podrá usted creerme si le aseguro que me supo a gloria un gazpacho, algo más complejo en ingredientes que el clásico de tierras españolas, sobre el que raspó con generosidad una trufa negra el joven que los despachaba en Burdeos, en las inmediaciones del acceso a la Ciudad del Vino. El de la trufa es un excelente aporte, que ni conocía ni sospechaba, a un gazpacho bien frío. Las que aquí empleaba procedían del Perigord, o eso me dijo. Hace muchos años, en un disparatado viaje en coche por Europa, en el que acabamos cenando tortilla española en Malmö —algo incomestible que en nada se parecía a lo que figuraba en la carta—, Perigord coincidió en la ruta y allí asistimos a una demostración de cómo se recolectan las trufas.

Si no fuese el calor del mediodía, al salir de las posesiones del señor de Montaigne, hubiese seguido camino hasta Périgueux, para saborear un Chablis que no sé si es o no bebida adecuada para acompañar un foie de los que por allí ofrecen. Regresamos hacia Burdeos con obligada parada en el precioso pueblo de Saint-Émilion, para ver las calles y los precios de los vinos.

Si la pandemia impidió el viaje a Saint Michel de Montaigne en la primavera del 2020, coincidirá usted en que la actualidad convulsa que vivimos ahora lo hace más justificable y aconsejable. Es casi una necesidad volver sobre Michel de Montaigne: su biografía y sus escritos. Permítame que sugiera reivindicar el talante del autor de los Los Ensayos como respuesta necesaria al actual momento. Esta misma semana asistimos a la activación de las tensiones entre Washington y Pekín con el viaje —"inoportuno" para muchos analistas, como usted habrá leído y escuchado— de Nancy Pelosi a Taiwán. Hubo quienes aplaudieron el desafío. No la Casa Blanca, esta vez.

Desde que Putin decidió invadir Ucrania, en el discurso políticamente correcto y dominante en Occidente, avanza la pretensión de simplificarlo todo, hasta en la política interna española: reducción a buenos y malos, ellos y nosotros. Con la guerra como un hecho real en Europa —o en las puertas de Europa— y con alto riesgo de expansión, se demoniza, se silencia o, cuando menos, se descalifica como equidistante, como falto de compromiso a quien subraya la complejidad de las realidades frente a la imposición de la simplificación binaria: buenos y malos, democracias liberales y autocracias. Los tiempos en que vivió Michel de Montaigne (1533- 1592) fueron de conflicto y violencia, con el fanatismo religioso como bandera. La respuesta del retraimiento escéptico que él practicó, sin renunciar a sus lealtades y a su condición de católico, podrían hoy resaltarse de nuevo frente a la simplificación apasionada, e interesada, de la confrontación entre bandos. 

Viajar desde Burdeos hasta la torre en la que se recluyó el señor de Montaigne y donde escribió sus famosos e influyentes Les Essais es un tranquilo paseo en coche en un paisaje en el que dominan los viñedos. Los desastres que deja la sequía y el calor se observan en los viñedos, en la quemada vegetación al pie de la carretera y en los castaños, creo que eran, absolutamente secos en el patio interior ante la fachada del castillo de Montaigne. 

Me atrevo a repetirle a usted que si siempre es un ejercicio aconsejable, que todos pasemos por la torre de Montaigne y sobre todo nos dejásemos impregnar por su espíritu, la situación y la preocupación que produce la actualidad del mundo lo convierte ahora mismo en necesidad. Los gobernantes que hoy encuentran en la confrontación violenta la respuesta a fanatismos, intereses y realidades complejas, podrían prestar una mínima atención a quien ejerció la diplomacia en realidades de guerras y violencias de todo tipo y, sobre todo, a quien quiso y supo mantener su independencia frente a los bandos fanáticos.

No es equidistancia, debilidad o temor el criterio independiente, la visión, el análisis y la respuesta que coloca el foco en la complejidad. Usted sabrá valorar la necesidad de dar espacio y audiencia a quienes mantuvieron o mantienen posiciones propias frente a la cómoda simplificación, casi siempre interesada, en la respuesta a los conflictos y a las realidades complejas. La primera exigencia es admitirlas como tales, como complejas Le citaré un ejemplo. Hay un librito —Un verano con Montaigne— de Antoine Compagnon que recoge los programas, cortos en duración cada uno de ellos, que el escritor y académico dedicó un verano en la radio pública francesa a divulgar la biografía y el pensamiento de Michel de Montaigne. Es válido como una aproximación a lo que representa Montaigne como posición: la primacía del retraimiento escéptico frente a la simplificación del fanatismo. Le recuerdo el trabajo de Compagnon, experto por cierto en Proust, como una muestra práctica del papel que tradicionalmente se le pedía a los medios de comunicación: informar, enseñar y entretener. No conecte usted algunos canales de televisión puesto que no encontrará contenidos que respondan a esos fines. Pero con Montaigne en la radio se puede entretener y educar como demuestra el librito que le cito.

La línea editorial de un medio podrá ser la que se quiera, sin que implique renunciar a la responsabilidad moral, como recuerda Montaigne, del rechazo a la violencia y a la simplificación de la complejidad a lo binario, a buenos y malos.

De usted, s.s.s.

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