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Políticamente satisfechos

No hay nostalgia de alianzas por la derecha ni lágrimas por los naufragios en la izquierda

SEÑOR DIRECTOR:
Galicia es un país política o ideológicamente templado, un 41,9 % se posiciona en el centro, centro izquierda y centro derecha; se interesa lo justo por la política; entiende y se expresa con fluidez en gallego: no hay conflicto lingüístico; da por válido el sistema autonómico e incluso en un porcentaje significativo (20,2%) optaría por más autonomía en contraste con un 12,4% que prefiere el centralismo o un 12,2% que rebajaría el grado de autonomía; la posibilidad de convertirse en un estado independiente solo lo apoya un 8,8%; el sentimiento nacionalista se mueve igualmente por las posiciones centrales (si el 1 es mínimo sentimiento y 10 máximo, el 22,7% de los encuestados se coloca en la posición 5, con un detalle: un 17% declara mínimo sentimiento nacionalista mientras que solo un 7,7% se posiciona en el máximo), y la identificación como gallego y español aparece como totalmente compatible, salvo para 5 , 1 % que solo se ve como español y un 4,5% que lo hace únicamente como gallego.

Cómodos
Sin nombreLe resumo así una parte de la radiografía, en una interpretación libre de los datos que ofrece el CIS en un estudio postelectoral en Galicia que difundió esta semana. Le destaco igualmente que los ciudadanos gallegos están satisfechos con los resultados electorales. Se sienten cómodos con lo que salió en el jornada electoral del 12 de julio. Aunque los sondeos no sean dogma de fe y aunque las fotografías que ofrece el CIS de Tezanos aparezcan a veces pintadas de colores cargados, creo que merece una mínima atención. Veamos: el 78% de los electores no habría cambiado su voto aunque hubiese conocido los resultados electorales que se registraron, con el triunfo de Feijóo y la presencia de tres fuerzas en el Parlamento. El conocimiento de los resultados reafirma la posición y las razones del voto emitido. Es algo política y socialmente relevante. Un 11% se habría abstenido, lo cual incluso cabría interpretarlo como una expresión de conformismo ante la situación que deja el 12 de julio. Solo un 4% hubiese cambiado su voto: no le gusta el color dominante o la ausencia de alguna fuerza. Son datos válidos tanto para la reafirmación del liderazgo de Feijóo en el centroderecha como para los movimientos que se han registrado en la izquierda y el nacionalismo. No hay nostalgia de coaliciones por la derecha, como las que pretendían Pablo Casado y Arrimadas, ni tampoco hay lágrimas por los naufragios en las mareas.

Opciones de los dudosos
Le ofrezco un apunte sobre esos datos del CIS. Lo entiendo como algo más que curiosidad. Me refiero a las alternativas que contemplaba quien se declaraba dudoso en su intención de voto: quien no tenía una posición prefijada. Verá usted cómo se puede mover el voto y no solo en el terreno del centro. En este espacio de quienes declaran dudar en la opción de su voto, el señor Caballero tendría que pescar por la derecha, en el PP, y por la izquierda nacionalista . PSOE y BNG compiten entre sí por una franja (19,3%) de quienes se declaran dudosos. Me parece igualmente relevante que para el 8% de los que se confesaron indecisos, la alternativa se planteaba entre PP y PSOE. Este dato debería tener más peso para el PP que el 1,8% de quienes, entre los dudosos, barajaban la alternativa Vox-PP. Ciudadanos-PP solo se lo planteaba el 3,2% de los que se declaraban dudosos. Aquí no parece que sea razonable, tampoco electoralmente, crear una confederación de las derechas. El interés por sumar a la extrema derecha con el PP parece más una opción ideológica de quienes la formulan que una estrategia electoral.

Entre los dudosos de votar o no al BNG había un 3,8% que tenían como alternativa la abstención. Un porcentaje igual dudaba entre PSdeG-PSOE, Anova, Mareas o Galicia en Común. Y algo que resulta incomprensible fuera de Galicia: entre el 3,8% de quienes dudan a qué partido dar su voto, la alternativa estaba entre el PP y el BNG.

Quizás desde datos de este tipo se comprenda que hay amplios espacios difusos, no hay líneas fronterizas claras, para irse a la derecha o a la izquierda o para cubrirse de autonomismo/identidad/nacionalismo.

Le diría algo obvio, no es suficiente la parroquia propia para ganar. Quien no lo entienda así probablemente tenga muy lejana una opción de poder en Galicia. Los dos líderes de la oposición en el Parlamento gallego tienen ese reto por delante.

Aunque le decía que los gallegos tienen lo que querían tanto en el Parlamento como en la Xunta de Galicia —aprueban claramente la situación de la representación política—, la opinión sobre la situación general tiene otro rostro: el 59,4 % la ven regular o mal frente a un 34,9% que la juzgan muy buena o buena. El trabajo principal es de la Xunta y en tiempo de pandemia y sus efectos devastadores en la economía obliga a todos. En el caso de Alcoa, por ejemplo, no fue así.

Confianza
Esta confianza con la representación que existe en Galicia es un aporte de estabilidad política y social. Le corresponde mantenerla tanto al partido gobernante, en particular a su líder, como a la oposición, cada uno en su papel. Hay un reto especial para Ana Pontón y para la fuerza que tiene detrás, el BNG. Su éxito le exige ampliar espacio y no confinarse en la pureza de un nacionalismo de izquierda. Tanto el señor Feijóo (5,5 de nota media al iniciar el cuarto mandato) como la señora Pontón (5,9) tienen la tarea de administrar en positivo los resultados obtenidos y la valoración personal que les otorgan los electores. El señor Caballero (4,3), don Gonzalo, tiene una doble tarea. Le corresponde construir/mejorar su imagen ante la ciudadanía en general. Suspende y necesita aprobar también una asignatura que arrastra el socialismo gallego: colocar un mensaje, mantener unas posiciones que respondan a las demandas y a las posiciones de su potencial electorado gallego —no en Ferraz—, que lo movilice y lo atraiga. Además, los liderazgos aparecen como fundamentales en la toma de decisión del elector. Ganó Feijoo, como por la izquierda ganó Pontón.

Más que política
De esa fotografía del CIS en la entrada del otoño en Galicia hay datos de interés más allá de la política partidaria. De la que casi un 50% confiesa que le interesa poco o nada.

En ese estudio están los problemas que preocupan, tan alejados con demasiada frecuencia del debate político y de los titulares informativos. Repare en la práctica religiosa: solo el 17,3% declara que va a misa los domingos aunque sea el 24,8% el que se declara católico practicante. O algo que nos afecta directamente como periodistas, la revolución que se produce en los usos y consumos informativos de los medios de comunicación.

Auditoría para el gallego
La lengua propia no debería ser un problema en Galicia, aunque exista quienes lo quieran crear. Su uso, el del gallego debería formar parte de la normalidad. Con los indicadores que aporta esta encuesta —entenderla (98,9%) y hablarla con fluidez (86,5%)— se supondría social y políticamente normalizado el gallego más allá de la liturgia política o de los ámbitos privados. No es así a la hora del café y las copas —esos camareros que hablan entre sí en gallego y se dirigen al cliente en castellano— en la caja y en los avisos del supermercado, en el patio del colegio o en la atención administrativa. Si no es así, la visibilidad social del gallego, las políticas que se siguieron y los recursos que se destinaron para supuestamente fomentar su uso normalizado exigen una auditoría o al menos un reflexión, sin dogmas. Incluya usted para el análisis los entrecomillados en gallego del político de turno en medio de un texto en castellano o salpicar aquí y allá artículos en gallego en un periódico que se hace castellano. ¿Entrecomillamos a Trump en inglés? ¿Falló el país o la acción de los guardianes de la ortodoxia en la desaparición de L—V, un gratuito en gallego, o de Galicia Hoxe?
De usted, s.s.s.

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