Blogue | El portalón

Penn y la afonía

ESCRIBE SEAN Penn en la Rolling Stone sobre El Chapo Guzmán un relato que ha dado en llamar entrevista y que se lee con toda la añoranza del mundo: cómo se echa de menos un periodista.

Con eso del periodismo ciudadano ocurre como con las películas de terror, que se le grita al televisor para enmendar el desarrollo de los acontecimientos. Penn te lleva a la afonía.

Se explaya con los preparativos del viaje, teléfonos ocultos, la reflexiva meada selvática a mitad de camino con vigilantes señores trajeados sobre fondo de jungla, con la flatulencia que se le escapa ante Il capo y que atribuye al trajín del viaje. Hay una cena, en la que El Chapo esponja sus plumas ante Kate del Castillo al modo narco y le dice a Penn que, en la película sobre su vida, no quiere ser retratado como una monja (en fin) y que nadie mueve tanta droga como él. Y poco más.

El actor tiene excusa, cree, porque la entrevista oficial tendría que haberse producido en un segundo encuentro. Como no fue posible, envió un cuestionario que un hombre de El Chapo le fue desgranando mientras este respondía dócilmente en un patio con banda sonora de gallo y se dejaba grabar en vídeo. No hay repreguntas, no hay apretar de tuercas y no hay información: se presenta como un pobre niño abocado al narcotráfico como única salida laboral y como un hombre pacífico mientras no le toquen lo suyo. Esto es lo que pasa si dejas a un delicuente entrevistarse a si mismo. La nada.

El actor llama entrevista a su encuentro con El Chapo, en el que informa mucho de sí mismo y poco del narco


Se acusa a Penn de sobredosis del ego que lleva al entrevistador a centrar la entrevista en si mismo y no en el entrevistado. Yo creo que más bien le fallaron los preparativos, la capilla. Una vez dentro se vio arrastrado a cierta fascinación y ya no hubo marcha atrás. No había leído a Janet Malcom, que en su requecitadísimo primer párrafo de ‘El periodista y el asesino’ nos puso hace 25 años a todos en nuestro sitio con su reflexión extrema: "Todo periodista que no sea demasiado estúpido o demasiado engreído para no advertir lo que entraña su actividad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda se despierta para comprobar que se ha marchado el joven encantador con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro".

Malcom habla, en concreto, de ese periodismo narrativo de personajes, de los perfiles extensos que ella misma, y muchos antes que ella, escribieron. No creo que otros periodismos, como el local, sobreviviesen intactos de ser su máxima aplicable a todos. Lo que le llovió a esa mujer después de semejante arranque fue tremendo; lo poco que le importó, también.

A Penn le hubiera venido bien tenerla en cuenta. Se le llenó el pecho de ilusión por haber sido elegido para conocer al narco y se le olvidó el detalle de que al narco él le importaba un pimiento. Lo que El Chapo quería era ver a Kate del Castillo, la actriz de La reina del Sur con la que llevaba tiempo carteándose y con la que compartió su anhelo de que se hiciese una película sobre su vida. En esos mensajes queda claro que el traficante no sabía quién era Penn y que Del Castillo podría haber ido a visitarle con quién ella hubiera querido, era tal la confianza que le tenía.

Fue esa entrega lo que acabó con El Chapo de nuevo entre rejas. No por delación sino por exposición, que siembra pistas. Pienso en este final (o intermedio) y en el fondo de mi cabeza suena siempre el corrido al que Ripstein robó el título: La perdición de los hombres son las malditas mujeres.

Intuyo que si Penn hubiese sabido que, en realidad, iba a ver a El Chapo para sujetar una vela se hubiera lanzado más a hacer lo que un periodista habría hecho: traicionar su confianza todo lo posible.

Cuántos hubieran querido traicionarle a dolor y cuántos, no lo olvidemos, murieron intentándolo.

Comentarios