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El condicional

Es indiferente que se vote en julio o en septiembre porque ya no se va a juzgar la legislatura sino la gestión del coronavirus
Niños ventana artículo Martín G. Piñeiro 26.04

NUNCA EN VEINTE años de carrera periodística había empleado tanto el modo condicional de los verbos como en esta crisis sanitaria derivada del coronavirus. Jamás. Es más, creo que todo lo relacionado con esta pandemia tendría que redactarse de ese modo, que en nuestra lengua se emplea sobre todo para expresar acciones o situaciones hipotéticas. Y ese es, hoy por hoy, el mundo en el que vivimos: el de las hipótesis. La última de ellas es que gallegos y vascos votaremos en julio.

►La realidad electoral
En el actual escenario puede resultar hasta doloroso hablar de elecciones, pero es una realidad que está ahí y no se puede obviar. Tras la suspensión forzada de los comicios el 5 de abril, Galicia y el País Vasco deben votar y el calendario aprieta, ya que el 25 de septiembre se cumplirán los cuatro años de legislatura. La ley permitiría algo más de margen, pero hasta ahí; salvo que la situación sanitaria se agrave tanto que impida acudir a las urnas cumplidos los cuatro años y obligue a habilitar algún tipo de mecanismo especial para ese periodo. Sería algo insólito, pero también lo fue el aplazamiento del pasado 5-A.

Esta es la realidad electoral que tiene hoy Galicia. La única condición para que Feijóo convoque las autonómicas es que lo haga con los 54 días de antelación que fija la ley. Así, el plazo más corto sería hacerlo ahora para votar a finales de junio y el más largo, convocar en septiembre para votar en octubre. En medio de un extremo y otro queda todavía medio año de margen, así que por ahora todo son hipótesis. Será la evolución del coronavirus la que, por primera vez en la historia, le discuta a un presidente su competencia única de elegir la fecha electoral.

►Una convocatoria alterada
En medio de este mundo lleno de condicionales, donde ni siquera lo que el Gobierno anuncia de forma oficial se refleja igual en el Boletín Oficial del Estado (Boe) —que se lo pregunten a los jóvenes de 14 años—, la única realidad a día de hoy es que la fecha de las elecciones resulta más indiferente que nunca, porque sean en verano o en otoño, se juzgará más la gestión del coronavirus que los últimos cuatro años de legislatura. Tanto aquí como en Euskadi.

Resulta imposible disociar lo que estamos viviendo de las urnas. Haya diez contagiados o haya cien, la pandemia condicionará los discursos, la propia campaña, el sistema de votación, la participación y, evidentemente, el voto. ¿Podrán celebrarse mítines? ¿Cómo votarán los infectados? ¿Dejará el miedo a mucha gente en casa? Hay miles de preguntas que a día de hoy solo tienen una respuesta: el condicional «podría...».

►Un clima de desconfianza
Aunque todos los partidos coinciden en que las elecciones autonómicas no están todavía en su agenda, no pueden negar que de puertas adentro las calculadoras echan humo. Y ya mucho antes de que el lehendakari Urkullu levantase la liebre abriendo la puerta a votar en julio ante el temor a un rebrote del virus en otoño. El delegado del Gobierno en Galicia, Javier Losasda, ya daba incluso fechas en su Twitter días atrás, en concreto las del 19 y el 26 de julio, que también manejaban otros destacados socialistas.

Pero el mejor indicador de que la política gallega está poco a poco entrando en modo electoral es el clima de desconfianza que se empieza a apoderar de los partidos. Si algo quedó claro esta semana es que a la oposición parece no gustarle la opción de julio, como dejaron entrever Caballero, Tone y Pontón. Los datos gallegos de la pandemia refuerzan a Feijóo frente a un Gobierno central con muchos más problemas, tanto con las cifras como a la hora de hilar un discurso coherente y convincente sobre su gestión. Y las últimas encuestas electorales, ya con el estado de alarma decretado, certificaban esta tendencia. Es un escenario diametralmente opuesto al que había antes del 5-A.

Y aunque esto no significa que no pueda cambiar, y más con un virus circulando libremente por el territorio, es lógico pensar que tiene menos posibilidades de hacerlo en tres meses que en seis. De igual modo que se espera que la situación económica vaya empeorando con los meses. Por eso, quizás a la oposición no le guste julio y a Feijóo sí. Pero solo quizás, que es el adverbio más empleado en el condicional.


La salida de los niños, un nefasto ejemplo de comunicación política

TRAS 40 DÍAS de confinamiento, miedo, víctimas, mal humor y depresión generalizada, el Gobierno tenía ante sí la primera buena noticia que dar a los españoles: que los niños podían salir a dar un paseo a partir de hoy. Sin embargo, la estrategia de comunicación del Ejecutivo de Pedro Sánchez acabó convirtiendo la noticia más ‘vendible’ de la crisis en un auténtico problema interno y externo. La nefasta gestión del anuncio transformó la alegría generalizada en un cabreo monumental de parte de la sociedad, independientemente de las siglas de los padres. Y ayer, el Gobierno redondeó el despropósito en el Boe con el límite de edad de los 14 años.


La hipoteca del Gobierno asfixia a Anova

LA PRESENCIA de Unidas Podemos y sus confluencias en el Gobierno central está hipotecando de algún modo el papel que juega Anova dentro del proyecto Galicia en Común-Anova Mareas. Esta semana se evidenció que el espacio político nacionalista en la comunidad está, más que nunca, en manos del BNG, que cada vez tiene ante sí una mayor parcela por la práctica desaparición del mensaje nacionalista de Anova dentro de la coalición rupturista. A la hora de debatir los procesos de desescalada tras la crisis del Covid-19, mientras Néstor Rego reivindicaba para Galicia la capacidad de dirigir ese proceso de vuelta a la normalidad, voces como David Bruzos o Martiño Noriega defendían que siempre era mejor que pilotase el plan Sánchez que Feijóo. Fue la evidencia de que Anova tiene cada vez más difícil colocar su mensaje nacionalista, un perfil que ya ni le garantiza la presencia de un Beiras casi desaparecido. Enfrente, el BNG sí puede seguir explotando electoralmente su papel de aliado crítico del Gobierno central.


La letal gestión política de grandes crisis

NINGÚN GOBIERNO sale indemne de la gestión de las grandes crisis. Es una realidad política que se puede comprobar a lo largo de la historia, desde el giro de los liberales hacia los conservadores tras la epidemia de gripe española de 1918 hasta la derrota de Churchill tras la segunda Guerra Mundial o casos más recientes como el de los antentados de 2004 en Madrid. Incluso a nivel doméstico, la crisis del Prestige, que naufragó en 2002, demostró que un problema que se alarga en el tiempo resulta letal para cualquier gabinete, ya que Fraga arrastró sus consecuencias hasta las elecciones de 2005. La actual pandemia global de coronavirus representa todo un reto para cualquier gobierno y tanto a nivel sanitario como económico —especialmente este último ámbito— sus consecuencias serán auténticos rodillos para quien esté en ese momento al mando. Y es una máxima aplicable a la administración central, autonómica, provincial o local. Vienen años duros para los gobernantes y ninguno estará a salvo.

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