Opinión

De mantequilla, a veces...

De madrugada unas nubes llegaron desde el Atlántico, como siempre. Son altas, muy grises y corren a toda velocidad hacia el este. Me despierto tarde y veo desde la cama que no hay niebla, puedo ver nítido el perfil de la isla rocosa cuyo nombre desconozco dibujado en la entrada de la bahía. La marea está baja, el mar oscuro y el día agitado por el viento. Me apetece tomar café pero no me apetece levantarme, me apetece alguna piel pero no está a mi alcance, me apetece discernir si soy una feminista TERF o una feminista transinclusiva, pero aún no lo tengo claro. Ayer leí el discurso de Paul Preciado ante un congreso de psicoanalistas, Yo soy el monstruo que os habla, y la cabeza me dio veinte vueltas sin detenerse en ningún sitio ante ese show biopolítico, así lo define él, o ello, quien inició un proceso de cambio de sexo con motivaciones intelectuales y no emocionales. Mis pocas neuronas se pusieron completamente alerta ante ese discurso filosófico que difícilmente te deja indiferente. Luego me pasé horas leyendo artículos sobre el tema y sobre la reacción del feminismo Rad ante la idea de que la diferencia de sexos no existe biológicamente y que la estructura bigénero sólo es un constructo social que no reconoce las múltiples maneras de intersexualidad, por lo que la lucha por la igualdad de géneros se pone patas arriba y todas las leyes conseguidas para solventar la discriminación se pueden ver amenazadas desde dentro. He de leer mucho más, escuchar mucho más y pensar mucho más antes de tener mi propio veredicto y saber si veo un bonito caballo de Troya o sufro del pensamiento esclavo de una mente reaccionaria. Ni siquiera tengo tentaciones de pensar que esta es una discusión bizantina al mejor estilo de "escoja usted el sexo de los ángeles", porque se me acusaría con razón de ser una mujer cis hetero blanca y burguesa hablando desde la maquinaria de opresión del estado capitalista patriarcal. Mientras me defino, puedo acariciarme mi “archivo político viviente” allí donde la biología me ha regalado la posibilidad de hallar placer o ir hasta la cocina y decidir si me apetecen las tostadas con aceite o con mantequilla.

Creo que gana Francia.

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