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Alicia en el país de las pesadillas

Una joven porta un cartel reivindicativo en una movilización feminista. XESÚS PONTE (ARCHIVO)
photo_camera Una joven porta un cartel reivindicativo en una movilización feminista. XESÚS PONTE (ARCHIVO)

ALICIA RUBIO ES es una mujer tan emponderada que incluso sabe coser botones. Lo dijo más o menos así el otro día en la Asamblea de Madrid, donde es diputada, para justificar su apuesta por una asignatura obligatoria de costura en los colegios, en lugar del conjunto de medidas para luchar contra los estereotipos sexuales en la escuela que proponía la oposición.

Alicia Rubio, como ya habrán sospechado, es diputada por Vox, ese partido con el que ni PP ni Ciudadanos han pactado pero que, por alguna extraña circunstancia que al resto se nos escapa, marca las políticas de sus gobiernos bipartitos en Madrid y en Andalucía. No obstante, los que somos gente de bien estamos convencidos de que esta circunstancia tiene mucho más que ver con la generosidad y responsabilidad de PP y Cs que con la vergonzante y miserable entrega a la ultraderecha a cambio de pillar cacho que quieren ver esos progres malpensados y rencorosos.

En ese país de las maravillas que PP, Cs y Vox quieren regalarnos a todos los españoles, Alicia es un faro. En esta sociedad de sombrereros locos, conejos cuerdos, reinas vengativas y gatos cachondos, Alicia no solo consiguió una plaza de profesora de Educación Física en un colegio público de Leganés, sino que fue nombrada jefa de estudios. Casualmente, el director del centro era su marido, por lo que sin duda sabía de lo que hablaba el otro día en la Asamblea de Madrid, cuando rechazó las normas antidiscriminación de la mujer que imponen cuotas en instituciones y empresas porque son "las cuotas por entrepierna", que solo valen para "colocar a mujeres que no son válidas en ciertos cargos".

Alicia fue destituida por la Consejería de Educación de la Comunida de Madrid como jefa de estudios después de una masiva movilización de los padres, alumnos y otros profesores del centro contra ella y su marido y director. Este había aparecido públicamente en los medios junto al infame autobús que Hazte Oír serigrafío con aquello de ‘Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen’. Pese a ello, y como prueba de que ella no era jefa de estudios de un instituto público por su entrepierna, sino por su valía, fue cesada fulminantemente por méritos propios: publicó el libro ‘Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres’, convertido desde entonces en la referencia intelectual de Vox en su lucha contra las leyes que protegen a las mujeres contra el terrorismo machista.

Ahora, marca las pautas de esa misma Consejería de Educación que la cesó como diputada autonómica madrileña, otro giro surrealista e inesperado en este país de las maravillas. PP y Ciudadanos, como sombrereros locos, votaron también esta vez lo mismo que ella, que culminó su intervención con un estremecedor "el feminismo es cáncer" que sonó a un "¡que le corten la cabeza!".

Gracias a los tres, los escolares madrileños se salvarán de ser "adoctrinados" con "majaderías ideológicas" como una educación en valores que abordara la igualdad de género y podrán dedicar ese tiempo de formación pagado con fondos públicos a aprender a combatir lo que Alicia considera los auténticos grandes peligros de este momento: el "lesboterrorismo" y el "pornofeminismo", que a falta de mayores explicaciones habremos de suponer personajes improbables en el maravilloso universo de esta diputada terriblemente real.

Son los mismos partidos, sin ir más lejos, que creen que se está rompiendo España porque los niños en Galicia estudien algunas asignaturas en gallego, los alumnos vascos conozcan la historia de su comunidad o los riojanos aprendan los nombres de sus ríos y sierras. Entendiendo España, claro, como el país inventado en el que solo tienen cabida los personajes que ellos deciden, por muy descabellados que sean.

Nuestra Alicia real es solo la prueba palpable del relato que nos espera a todos si Vox consiguiera influir en el Gobierno central igual que ahora lo hace en Madrid o en Andalucía. De momento, sus 52 diputados en el Congreso solo les van a permitir hacer ruido, mucho ruido. Es responsabilidad del resto de partidos que ese ruido no llegue a ser tan ensordecedor que acabe por tapar la voz de los demás.

El hecho democrático de que hayan conseguido 52 diputados no significa que sus ideas y sus intenciones sean menos peligrosas que cuando eran insignificantes. En una democracia y un Estado de derecho todas las ideas son defendibles, pero no todas son respetables, sobre todo si ponen en riesgo la propia democracia y quiebran ese Estado de derecho.

Hay cuentos que no tienen un final feliz; hay historias muy reales que transcurren en el país de las pesadillas, uno donde Alicia puede ordenar "¡que le corten la cabeza!".