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Del muerto, hasta los andares

Cristina Cifuentes. VÍCTOR LERENA (Efe)
photo_camera Cristina Cifuentes. VÍCTOR LERENA (Efe)

DE ALGUNOS MUERTOS se aprovecha todo, como de los cerdos. Por ejemplo, no hay nada que pueda hacer relamerse a un abogado como un imputado muerto durante la instrucción de un caso: por si no fuera poco jodido morirse, además suele terminar cargando con la mayor parte de las culpas como tabla de salvación del resto de imputados. Así, resulta que hay personas que han sido mucho más inteligentes, poderosas y taimadas de muertas que de vivas, que ya es tener mala suerte.

No siempre funciona, es verdad, hay relatos que no los arregla ni un muerto. Parece el caso del juicio de Cristina Cifuentes, la que fuera prometedora presidenta de la Comunidad de Madrid, por el asunto del máster que supuestamente le regalaron en la Universidad Rey Juan Carlos. Yo no creo que en un centro formativo que lleva ese nombre le hayan regalado nada, no está en su esencia, algún medio de cobrarse el favor habrían encontrado, pero de momento la mayor parte de su defensa va encaminada a responsabilizar de todo al muerto, Enrique Álvarez Conde. En vida era el director del Instituto de Derecho Público de la URJ, aunque en muerte aún esta por ver hasta dónde pudo llegar, don Enrique tiene un gran futuro por delante en este juicio.

Cifuentes declaró ante el tribunal que ella cumplió todas las condiciones que le indicó Álvarez Conde para conseguir su máster, condiciones que al parecer incluían no ir nunca a clase y ni siquiera defender su trabajo de fin de máster: "Lo expliqué en líneas generales. Me sorprendió porque fue un acto muy informal". Luego, el trabajo se lo comió su perro o el de don Enrique, ya se determinará. Me da que Cifuentes va a aprender la diferencia entre ser entrevistada por Ana Rosa en Tele 5 y comparecer como acusada en un tribunal.

Después de todo, quizás no todos los muertos hagan milagros, aunque si son muchos siempre queda la opción del trabajo en equipo. Más de 50.000 de ellos han conseguido lo que sin duda parecía un milagro en este país, que alguien dimita.

Alcaldes, consejeros, concejales y hasta el jefe del Estado Mayor de Defensa se han tenido que ir a casa por saltarse la cola de las vacunas, como si fueran yonquis avispados en la fila del centro de metadona. De esto a ver a un almirante pasando pajuelas en los soportales al fondo de la Praza Maior va un suspiro, de algo hay que vivir.

50.000 muertos son muchos como para acallar sus voces, aunque más son los 40 millones de vivos que siguen al youtuber El Rubius. Gracias a ellos el tío se embolsa unos merecidos cuatro millones de euros al año. No creo que perdiera muchos seguidores por el covid, la mayor parte no dan el perfil, por lo que seguro que no pensaba en ninguno de ellos cuando esta semana anunciaba que iba a establecer su domicilio fiscal en Andorra para pagar menos impuestos. Seguramente muchos de sus seguidores sí podrán pensar en muertos cercanos la próxima vez que vean uno de sus vídeos y se lo piensen dos veces antes de renovar la suscripción a su canal.

En cualquiera de estos casos lo que asoma son los estertores de la ética individual y colectiva. Parece que se ha normalizado la idea de que disfrutar del poder, del éxito profesional o del económico no es una mera circunstancia que obliga a ser aún mucho más cuidadosos con el sistema que les ha dado esa oportunidad, sino la constatación de que son superiores al resto y de que merecen más derechos, sea un máster decorativo, una vacuna que salve sus vidas o un privilegio fiscal insolidario. Lo que se dice llevárselo muerto.

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