Blogue | Comanchería

Blanco, negro... ¿rojo?

Fernando Grande-Marlaska. CHEMA MOYA (EFE)
photo_camera Fernando Grande-Marlaska. CHEMA MOYA (EFE)

Lunes:

A la audiencia, que para el caso todos somos, nos encanta ese material robado que nunca debió salir a luz, el que convierte al implicado en un blanco móvil. Lo hemos vuelto a comprobar hoy con las imágenes filtradas de Irene Montero, con ese off the record desclasificado que deja en peor lugar a los dueños del material que a la propia ministra. Porque, a fin de cuentas, Montero no dice más que lo evidente: el miedo al coronavirus hizo que disminuyera la asistencia a las manifestaciones del 8-M. Esa misma declaración, hecha de manera consciente para ser aireada ante la opinión pública, habría pasado inadvertida y no tendría más recorrido que la asunción de lo que cualquier hijo de vecino podría deducir. Pero esas mismas palabras, recubiertas de secretismo y clandestinidad, parecen el hilo suelto de toda una conspiración y... ¿Qué nos gusta más a los españoles que un buen tejemaneje, que una gran conspiración? Pues un buen tejemaneje con una cervecita fresca en la mano.

Martes:

"No está clara cual es la alquimia que hace que una muerte en particular sea especialmente totémica, mientras que otras pasan desapercibidas, más allá de las familias y las comunidades de los muertos. El vídeo ayuda, pero no es esencial. Algunas imágenes de policías abalanzándose como escuadrones de la muerte y ejecutando eficazmente a personas que no representaban una amenaza real apenas han zarandeado la conciencia popular. Cuando las autoridades no prestan atención a la indignación de la comunidad, o no investigan sustancialmente, por no hablar de disciplinar a la policía, la situación puede volverse explosiva. Una tensión continua y subyacente entre autoridades y aquellos que son vigilados ha sido un factor en algunos casos. Entonces, no sabemos exactamente por qué su muerte tendrá un impacto político de una manera que otras no".

Extracto de un artículo escrito por el profesor de sociología de la Universidad de Manchester, el Dr. Gary Younge, al poco de abandonar los Estados Unidos de América, hace ahora cinco años: certero y profético como solo un hombre negro que ha convivido con el racismo y la brutalidad policial de cerca puede hacerlo.

Miércoles:

Estamos a mitad de semana y el ministro Grande Marlaska ya va por la tercera versión de su áspero affaire con algunos mandos de la Guardia Civil. Llegados a este punto, todas las razones que podían asistirle en un primer momento han quedado sepultadas bajo el peso de la mentira. En casi cualquier otra democracia consolidada del mundo, la mentira es suficiente para hacer caer a la autoridad política de turno, pero en España siempre se la deja correr como a un perrito al que se le va soltando la correa, a ver si se cansa y deja de ladrar. Mañana será jueves -y tarde- pero mucho me temo que el ministro del Interior no tiene pensado dimitir a no ser que alguien filtre un vídeo en el que se le vea robando una pomada, un escurridor de pasta o un décimo de lotería a un pobre ciego.

Jueves:

Se ha armado un gran revuelo por el apoyo, más o menos velado, de Pepe Reina a las últimas ocurrencias fascistoides de Vox. ¿Recuerdan a Pepe Reina, el portero suplente de la selección española en Sudáfrica, el maestro de ceremonia de las celebraciones, el del "¡Camarero!"? Casi parece sorprendente que alguien pueda sorprenderse a estas alturas de las filias y fobias políticas de Reina pero el fútbol tiene estas cosas, supongo: anestesia, acuna, entretiene... ¿Quién tiene tiempo para reparar en lo evidente mientras meta o pare goles? No se sorprendan si los próximos desmayos colectivos llegan provocados por la salida del armario -en términos políticos, se entiende- de Sergio Ramos, Malú o Patricio, el amigo anticapitalista de Bob Esponja.

Viernes:

Cualquiera que salga a las calles podrá comprobar que las ganas de vivir, de volver a ser los de siempre, se han llevado por delante al miedo. Se observa mucha prudencia, algo lógico y plausible, pero miedo, lo que se dice miedo, no se advierte por ningún lado salvo que uno atienda a las palabras de algún candidato a la presidencia de la Xunta de Galicia, que entonces sí tendrá la tentación de consultar el callejero en Google para ver si, efectivamente, transitamos por Elm Street o por Las Quintas, en Campelo, que era otro camino que de pequeños nos daba mucho miedo. No estoy muy seguro del rédito electoral que pueden ofrecer estas actitudes, porque mientras su discurso parece indicar que la gente tendrá miedo a ir a votar, lo que queda en el imaginario colectivo es que se tiene miedo a lo que pueda votar la gente y esa sí es harina de otro costal: uno muy difícil de explicar más allá del círculo próximo y algún que otro familiar o afiliado.

Comentarios