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Sobre cómo apoyar la espalda en la pared

Hospital de Montecelo. DP
photo_camera Hospital de Montecelo. DP

Si quiere usted apoyar su espalda contra una pared tiene mil maneras de hacerlo. Quizá haya más combinaciones, infinitas. Lo sé de cuando yo era delgado. Para mí, ahora que soy un muchacho obeso, solamente existe una manera de hacerlo, y he probado muchas otras sin éxito. El caso es que mi centro de gravedad no es permanente, como el que buscaba Franco Battiato, sino de variabilidad errática, lo que dificulta gravemente la estabilidad y por tanto el sostenimiento del equilibrio.

La única manera en que yo puedo apoyar mi espalda contra una pared es de una simpleza absoluta. Lo he hecho miles de veces, tantas que he logrado crear un estilo que yo diría elegante dadas las circunstancias. Se hace así:

Se acerca usted a la pared de frente y una vez que ha alcanzado una distancia más o menos adecuada, gira 180º y coloca su espalda hacia la pared. El siguiente paso es el más decisivo, pues si lo hacemos bien todo saldrá según lo deseado. Se trata de ajustar la distancia entre su espalda y la pared al milímetro. Eso lo haremos mirando nuevamente a la pared, en esta ocasión por encima del hombro, pues ya la tenemos a la espalda. Luego, vamos dando pasitos hacia atrás o hacia adelante, como los jugadores de golf. Si nos aproximamos demasiado, la pared no ejercerá su función como punto de apoyo. Si nos alejamos más de la cuenta el resultado puede ser catastrófico.

Una vez que ya ha encontrado usted la posición precisa, se deja caer hacia atrás. Tiene que hacerlo con confianza ciega, sin vacilar, echando todo su peso a la espalda hasta que ésta se encuentre con la pared. Así puede luego pasar usted un buen rato con cierta comodidad, pues al contar con un punto de apoyo extra no carga todo el peso sobre sus sufridas piernas.

Pues salía yo del hospital, donde estuve ingresado dos días por no sé qué de unos pulmones desagradecidos, y vi frente a mí un imponente muro de granito, un muro natural, el mejor lugar sobre el que apoyar la espalda, en contacto con mis dos tierras más queridas, que son Galiza y la Pachamama.

Ejercité todo el proceso de la manera descrita, sin saltarme ni un paso. Ocurre que al calibrar la distancia final mirando al muro sobre mi hombro derecho, no tomé la otra referencia, la del izquierdo. Lo habitual es apoyarse de espaldas contra una pared o contra un árbol de confianza, pero este muro es muy irregular, así que al dejarme caer mi espalda no encontró un apoyo uniforme, pues la mitad de ella se deslizó hacia un hueco del hermoso muro. Cuando llega ese momento uno sabe que ya no hay nada que hacer, que la caída será tan inevitable como aparatosa. Por eso cuando los obesos nos caemos hacemos tanta gracia, porque sólo podemos caer de dos maneras: como un sapo, de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo, que es siempre nuestra primera opción, o desparramados como un saco de patatas, que por desgracia fue lo que sucedió. Los obesos, curiosamente, caemos despacio, como a cámara lenta, que alguien me lo explique. Vamos cayendo y rebotando como una pelota de Nivea y eso es todavía más divertido.

Cuando cae un obeso no es capaz de levantarse por sí mismo. Es como una tortuga boca arriba. Mejor es ni intentarlo y permanecer ahí tirado hasta que reciba socorro, o en caso contrario quedarse a vivir para siempre en el lugar del suceso. Por suerte aparecieron dos personas corriendo, que salieron de unas ambulancias que estaban ahí aparcadas precisamente para socorrerme en caso de caída. Los médicos no se fían de mí: "Pongan un par de ambulancias cuando le den el alta al obeso de siempre, y que no le quiten ojo".

Me levantaron entre los dos. Mi brazo izquierdo estaba arañado por un zarpazo que me propinó la Pachamama durante la caída, así que me aplicaron Betadine y me dieron unas gasas mientras yo miraba mal al muro y lo señalaba, como culpándolo de mi caída. Eso no es sólo cosa de obesos, reconózcalo. Cuando cualquiera tropieza en la calle, aunque no llegue a caer, lo primero que hace es dirigir una mirada acusatoria al suelo, que no tiene nada que ver con la torpeza del viandante.

Apueste por la Sanidad pública a tope, que aplaudir de poco sirvió

Diría que fue una de mis peores experiencias extrahospitalarias, pero a mí me gusta que me ingresen en el Hospital de Montecelo. Siempre lo recomiendo y le pongo las cinco estrellitas. Comida casera, trato familiar y sobre todo una plantilla impecable de profesionales a los que hemos olvidado tras el último día en que salimos a aplaudir a los balcones, ¿se acuerda? Pues apueste por la Sanidad pública a tope, que aplaudir de poco sirvió. Hay que invertir.

Y no hay que descuidarse jamás al dejarse caer de espaldas contra una pared. Si no calcula usted la distancia acertadamente, la Pachamama no perdona. Yo, que no tengo un gran aprecio a mi dignidad, me preocupo por la suya y le juro que caer como caí yo, a lo grande, es una irresponsabilidad que poco ayuda a su buena imagen.

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