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Llegar a tiempo al Falcon

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su esposa a su llegada al concierto de The Killers. DOMENECH CASTELLÓ (EFE)
photo_camera El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su esposa a su llegada al concierto de The Killers. DOMENECH CASTELLÓ (EFE)

ESPAÑA ES el Estado plurinacional y multirregional en el que en cuanto un concejal recoge su acta, lo primero que hace es preguntar cuándo le dan la tarjeta para aparcar gratis y cómo va el asunto de las invitaciones para asistir a cualquier espectáculo. Los palcos, las plateas y las zonas VIP de cualquier evento están plagados de concejales, de diputados, de senadores y de directores generales de entidades públicas.

Eso, pero muy a lo bestia, es a lo que Sánchez llama "agenda cultural". En España uno se da cuenta de que empieza a ser alguien cuando le llueven las invitaciones. Un día le dije a un concejal que tiene la costumbre de asistir a cualquier espectáculo, siempre que le salga gratis, que eso quizá no realza su imagen y el hombre, muy airado, me contestó lo que Sánchez: que estaba allí representando al pueblo. Al mismo pueblo, le faltó añadir, que se sacrifica para pagarse una entrada o un abono con el que acudir al estadio a ver a su equipo mientras el concejal se infla a canapés y albariño en el palco. Lo mismo el pueblo no se siente especialmente representado por  la gente como él, que desde que es concelleiro no ha acudido a ningún sitio en el que tenga que gastarse un céntimo.

Sánchez se cogió un Falcon del Ejército del aire y mandó abrir un aeródromo para ir a ver a The Killers, que le molan mucho, en el Festival de Benicàssim. Si lo que quería Sánchez era apoyar a la industria musical podía haber ido al concierto de un artista español, si es que todavía queda alguno, pero admitamos sin mayores problemas que The Killers y el Festival de Benicàssim forman parte de la agenda cultural de un presidente. pues lo mejor que puede hacer para dar ejemplo es pagarse su entrada e ir en coche, o en AVE, como hacen los sufridos ciudadanos que no presiden el Gobierno. Así puede que alguna gente se sintiera representada.

El sueño de cualquier español que se mete en política es subirse a un Falcon para recorrer sus dominios como un conde medieval. Es el máximo exponente del privilegiado. Sánchez llegó a la presidencia y al instante le salieron unas gafas de policía estadounidense que mata cada día a siete negros. Fue una cosa muy natural, como si esas gafas las llevara de nacimiento bajo el brazo en vez de la barra de pan. Como si hubiera venido al mundo en un avión militar que lo trajo de París. Allá fue el socialismo al carallo.

Pedro Sánchez mandó abrir un aeródromo para ir a ver a The Killers

El llamado síndrome de La Moncloa no es, tal como se describió, el efecto que sufren los presidentes al jurar el cargo, que los lleva a aislarse del pueblo y rodearse de gente que sólo les dice aquello que quieren escuchar. El síndrome de La Moncloa es la necesidad de demostrarse a sí mismos que son presidentes, como los concejales que van gratis al teatro sólo para creerse que son alguien, que son especiales, diferentes, y que están allí, pavoneándose mientras se dirigen a su asiento reservado en la mejor fila como si su presencia en el evento fuera fundamental. Una vez que vino Rajoy a Pontevedra a dar un mitin, dos concejales quedaron fuera cuando cerraron las puertas del Teatro principal y los pobres empezaron a aporrear las puertas mientras chillaban como posesos: "¡Abre, que somos concejales! ¡somos concejales!". Pocas veces vi a alguien haciendo el ridículo de tal manera, y mientras cien personas se morían de risa o de vergüenza ajena, ellos seguían golpeando y berreando hasta que alguien, que no sólo se había quedado también fuera, sino que además es alcalde y sabe guardar las formas, trataba de tranquilizarlos dándoles palmadas en el lomo como a un caballo nervioso y conseguía al fin sacarlos de ahí prometiéndoles unos azucarillos. Era el síndrome de La Moncloa pero de provincias.

Es la obsesión de hacerse un hueco en las fotos, de pasar por encima de los demás, de convencerse de su propia importancia. La vocación de servicio a uno mismo. La creencia de que alguien los metió en una lista para que vayan gratis a un espectáculo y se hagan selfies en el camerino de la panorama cuando viene a tocar al pueblo. son sus pequeños Falcon. En política no se empieza, como nos hacen creer, pegando carteles con 16 años. Se empieza yendo gratis a un palco y poco a poco, con esfuerzo, uno o una va medrando: de los estadios a los teatros, de ahí al club algo más selecto del que se sienta a la mesa con un senador después de ver el partido.

Luego, a medida que uno va apreciando el suave tacto del terciopelo, llegan las invitaciones a actos de gala de mayor entidad, a recepciones, a comer bombones con un embajador, a ver partidos de Champions y así, si uno persevera, se va avanzando hacia el Falcon, The Killers y el Festival de Benicàssim. pero vale la pena. piense usted en todo lo que ha tenido que pasar Sánchez; lo que le costó recuperar el mando de su partido y desalojar a Rajoy para llegar a tiempo a coger el Falcon.

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