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No es normal

Personas ante la sede de la Comisión Europea en Barcelon atras el fallo del Tribunal de Justicia de la UE
photo_camera Personas ante la sede de la Comisión Europea en Barcelon atras el fallo del Tribunal de Justicia de la UE

UNA DE DOS: o España tiene un problema con la Justicia, o lo tiene toda Europa salvo España. Tribunales británicos, alemanes y belgas se han negado a extraditar a los independentistas. La España oficial se empeña en llamarlos prófugos y golpistas mientras para Europa son exiliados perseguidos injustamente. A Oriol Junqueras se le permitió presentarse a las elecciones como a Puigdemont, porque no estaban inhabilitados, pero se les impidió tomar posesión del cargo. Uno estaba en Waterloo y el otro en prisión preventiva. Junqueras debió haberse exiliado, como en su día hizo Castelao. Nadie debe perder la libertad por defender una causa justa; nadie debe renunciar a abanderar a su pueblo aunque deba hacerlo desde la distancia.

Lo que dicen los tribunales europeos una y otra vez es que Puigdemont y el resto de los exiliados no ha cometido delito alguno, de ahí que nieguen su extradición, y que se han vulnerado los derechos de Junqueras, quien adquirió su condición de eurodiputado en el momento en que el pueblo lo decidió libremente. Lo que dice Europa es que la Justicia en España está estropeada, que es una porquería, que no funciona.

La democracia es poner urnas para que los pueblos decidan, y la antidemocracia es apalizar a quienes votan. Es algo tan elemental que da vergüenza que no lo tengamos claro y nos lo tengan que explicar desde fuera. Y será más vergonzoso el día en que algunos y algunas se enfurezcan cuando Junqueras salga de prisión o cuando Puigdemont pise suelo español. Les han regalado a los independentistas una victoria gloriosa. Ni en sus mejores sueños hubieran imaginado un final tan feliz, pero la Justicia cuando funciona es así, justa, qué le vamos a hacer.

Lo que hay que pensar es que algo se ha hecho rematadamente mal. Catalunya, no lo vamos a negar, ha cruzado algunas líneas rojas, pero España se las ha saltado todas. Ha perseguido a inocentes, los ha encarcelado, les ha negado el derecho a tomar posesión de sus cargos elegidos libremente por los votantes. Ha actuado como una dictadura. El otro día, en el partido Barça-Madrid, requisaban a los aficionados catalanes unos cartelillos que decían: "Spain, sit and talk". España, siéntate y habla. ¿En qué nación democrática se puede registrar a la gente para impedir la entrada en un estadio de unos carteles con un lema tan inocente? No llevaban granadas ni portaban lemas incitando al terrorismo. Por pedir, ni siquiera pedían la secesión, que estarían en su perfecto derecho siempre que se haga pacíficamente. Pedían a España que se siente y hable. ¿Cómo se puede negar eso?

Es vergonzoso. España se parece cada día más a Turquía, a Corea del Norte, a Chile, a Venezuela, a Colombia, a China en Hong Kong. La libertad de expresión salta por los aires cada dos por tres. La Justicia, ojalá fuera inexistente. Es mucho peor una Justicia ausente que una Justicia injusta. Se encarcelan a titiriteros, juzgamos a artistas por la letra de una canción; metemos en la cárcel a líderes políticos por poner unas urnas o por subirse a un coche policial para desconvocar una manifestación; encarcelamos a unos chavales en Alstasua por una pelea de borrachos con unos guardias civiles. ¿En qué carajo de país vivimos?

La calidad de vida no sólo es vivir más años o vivir más ricos, que ni esto último tenemos. La calidad de vida empieza por la calidad democrática y en eso vamos a menos a una velocidad escandalosa. Si hay algo bueno en Europa, lo único por lo que podemos estar satisfechos de pertenecer a esa comunidad, es que su Justicia está por encima de la nuestra. De no ser así, ni Puigdemont o Comín podrían tomar posesión de sus cargos, ni Junqueras podría salir de prisión. Y no hablemos de los demás exiliados o presos políticos, que desgraciadamente no dependen por el momento de que Europa haga justicia.

Tras más de 40 años de democracia, España se parece cada vez más a la España de Franco, de la censura, de la represión, de la ausencia de derechos. Cuando unos aficionados acuden a un estadio y son cacheados para quitarles unos carteles en los que piden diálogo, o unas camisetas amarillas, es para echarse a temblar. Lo peor de todo es que no nos echamos a temblar. Ya nos parece normal. Pues no, no es normal. No debemos comulgar con ruedas de molinos. No debemos consentir que nos arrebaten derechos adquiridos por gente que perdió la libertad, la vida o ambas cosas. No debemos ser un pueblo dócil o sumiso al que le parece normal la censura o la represión; no es normal que nos dejemos avasallar por un Estado represor que imparte una justicia a la carta y mantiene unas cloacas asesinas.

No es normal que permanezcamos indiferentes mientras nos salpica la sangre o el sudor de inocentes que no han hecho otra cosa que reclamar libertades o exigir diálogo. No es decente. Tampoco lo es que una y otra vez toda Europa nos contradiga y le echemos la culpa a Europa.

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