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Posados de gobierno

Isabel Díaz Ayuso. EFE
photo_camera Isabel Díaz Ayuso. EFE

ISABEL DÍAZ Ayuso sería lo mejor que le podía suceder a la Comunidad de Madrid de no haber sido elegida presidenta. La gente que habla y luego piensa, o luego ni piensa, tiene su encanto. Yo conocí hace años a una persona que un día dijo que la lavadora le hacía compañía. Se había cambiado de piso. En el anterior tenía la lavadora en un pequeño patio exterior, pero en el nuevo no, en la cocina. Y lo dijo así, toda contenta: "Me gusta tener la lavadora aquí porque me hace compañía". Todos los presentes nos quedamos callados, reflexionando sobre aquella confesión salida de la nada. No había en aquella frase ni una palabra que fuera el producto de un instante de reflexión. Simplemente lo soltó así, a lo loco.

Ayuso es el prototipo de la nueva política española, la de los inexpertos e inoperantes, la de quienes hablan por hablar, la de los gurús y las probetas; la de los posados. La de quienes creen que una foto llorando en una iglesia o repartiendo bocatas de calamares en un hospital son formas de gobierno. Que una comunidad o un país se gestionan así, a base de fotos y frases incongruentes. Tampoco es culpa suya. Ella, como Casado, como Cayetana, son el resultado de los experimentos fallidos de la Faes, esa fundación de Aznar en la que se fabrican en serie líderes ultraliberales que no están formados para pensar sino para posar.

La política es el arte de gestionar crisis, algo que en España entera no se da muy bien últimamente, tampoco entre los socialistas, pero lo de Madrid es alarmante. Acusaron a Sánchez de dictador por decretar el estado de alarma y asumir el mando único. Cada vez que Madrid no hacía los deberes y no pasaba de fase, salían Ayuso y su vicepresidente Aguado poniendo el grito en el cielo, exigiendo que se les dejara a ellos, que ya lo arreglarían. Mientras los estafaban con aviones que nunca llegaban; mientras alimentaban a los niños madrileños a base de pizzas e iban de posado en posado; mientras alentaban las caceroladas en el barrio de Salamanca, todo iba bien para ellos, pues culpar al Gobierno y al movimiento feminista de la muertes daba unas fotos exitosas.

El pasado viernes, tras suplicar a Sánchez que se hiciera cargo de su pésima gestión sanitaria, Ayuso y Aguado dieron una rueda de prensa para avanzar una serie de medidas, que básicamente se resumen en que un vecino o una vecina de un barrio pobre debe subirse a un vagón de metro en el que hacinan a los obreros como si fueran judíos camino de Auschwitz para servir a los ricos, mientras estos, a los que no se les aplica medida alguna, siguen haciendo su vida de ricos. Nada de garantizar distancias de seguridad en el transporte público, nada de reforzar la atención primaria en los centros sanitarios, nada de contratar a rastreadores, nada de lo que a fecha de hoy todos sabemos que funciona.

Ayuso es el prototipo de la nueva política española

Tras servir al patrón, vuelta al metro o al autobús atestados de trabajadores para encerrarse en sus casas porque los parques y los jardines cierran en los barrios obreros. Curiosamente no cierran las salas de juego, donde es sabido que nadie se contagia. Así los pobres pueden elegir entre acogerse en sus apartamentos de 50 metros o ir a jugarse el jornal a una casa de apuestas. Más que medidas para luchar contra la pandemia parecen destinadas a acabar con la clase obrera.

"Puedes elegir entre ser virus o vacuna", dijo Ignacio Aguado como quien dice que la lavadora le hace compañía. ¿Qué tontería es esa? Lo que tiene que hacer la población, además de seguir las recomendaciones de los expertos, es exigir que sus líderes abandonen los posados y las frases atolondradas y se dediquen a hacer aquello para lo que han sido elegidos, que es gobernar. Pero hay que decir en su descargo que no saben. No tienen ni la menor idea. Son gente que surgió de la nada, sin experiencia de gestión pública, el fruto de un pacto entre inútiles apoyados por fascistas. Y este es el resultado: el caos más absoluto que ha llevado a Madrid a los peores lugares del mundo entero en número de contagios por población, y de muertes.

Este virus nos ha puesto a todos una mascarilla, pero también está quitando algunas caretas y arruinando algunas poses. No creo yo que lo que nadie espere de un gobernante es verlo llorar en una iglesia poniendo cara de virgen de los Dolores. Imagino que la ciudadanía lo que espera de sus gobernantes es que gobiernen y que contraten más médicos y menos curas. Si yo contraigo el virus, o usted, Dios no lo permita, querremos ver médicos y enfermeras, no sacerdotes. Y para no contraerlo, mejor no entrar en un vagón de metro en el que hay otras mil personas, trabajadoras todas, que se juegan la salud a cambio de un sueldo miserable para servir a los ricos que viven en chalés y pueden ir a los parques si es que no tienen uno propio y hacer su vida sin restricciones.