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Se cayó Alemania

Trabajadores del matadero alemán donde se contagiaron 650 personas. EFE
photo_camera Trabajadores del matadero alemán donde se contagiaron 650 personas. EFE

NO TODO es lo que parece. Alemania, por ejemplo. Usted y yo siempre creímos que Alemania es un paraíso, al menos tras la II Guerra Mundial. Muchos gallegos iban ahí a trabajar y venían en verano en un Mercedes hablando maravillas de Alemania. Lo mucho que ganaban, lo ordenado que era el país, lo metódico que era el pueblo, la buena cerveza que hacían.

Pasado el tiempo derribaron el Muro de Berlín e hicieron una reunificación modélica. Fueron momentos históricos que protagonizó el pueblo alemán, siempre ejemplar, siempre perfecto. Gente que sabe fabricar los mejores coches y que tecnológicamente se miran a la cara con Estados Unidos o China. El Estado en el que los Verdes entraban en el Gobierno, el modelo a seguir.

Pues ayer se me cayó Alemania. Resulta que en un matadero se contagiaron de coronavirus más de mil trabajadores. Bien, puede pasar: un rebrote lo tiene cualquiera. Pero profundizando algo más en el asunto, resulta que la mayoría de esos trabajadores son búlgaros y rumanos que trabajan por cuenta de una subcontrata que les paga sueldos miserables y viven hacinados en pabellones. El matadero, además, pertenece a la mayor industria cárnica del país, o sea, que no es un matadero municipal de un pueblo perdido en la Selva Negra.

Por si fuera poco, responsables de la empresa y varios dirigentes políticos, por no asumir responsabilidad alguna, echaron balones fuera culpando a los propios trabajadores, pues algunos de ellos habían disfrutado de unas vacaciones en sus países de origen y según la satánica versión, habrían vuelto infectados.

Por si eso fuera poco, en el propio matadero se trabajaba sin ningún tipo de medida de seguridad. Ni mascarillas, ni distancias ni nada de nada. O sea, que de modélica, Alemania no. Sus mataderos no tienen nada que envidiar en cuanto a seguridad y falta de higiene a un mercado chino. Ahora medio Berlín está en cuarentena mientras hoy abren todos los aeropuertos que llenarán las costas españolas de alemanes. Menos mal que no son muy de venir a Sanxenxo. Estamos jugando a la ruleta rusa con el virus, como si el virus entendiese de estrategias. Solo conoce una, como todos los virus, que es la de expandirse.

Y el del matadero no fue el único brote en Alemania. Hay, que se sepa, otros dos de menor impacto. Pese a todo, los alemanes ya están en fase "nueva normalidad". Pronto esto se nos llenará de alemanes, pero también de ingleses, que gracias a Dios tampoco eligen Sanxenxo como destino. A Sanxenxo vendrán los madrileños sin que nadie, ni allá ni aquí, compruebe si están infectados. Estamos poniéndole al bicho, que estará encantado de la vida, coches, trenes y aviones para que se esparza por el mundo. Mientras hay rebrotes por todas partes, también en España, nosotros venga a viajar alegremente, como si todos estos meses de confinamiento y desescalada hubieran sido un castigo al virus por portarse mal y no unas medidas eficaces para alejarlo de nosotros. Si hay un rebrote serio en España mandaremos al virus al despacho del director y llamaremos a sus padres para decirles que el chico se porta mal. Eso nunca ha sido mala solución.

No queremos ni usted ni yo ser pájaros de mal agüero, pero reconózcame que abrir las fronteras a medio mundo para salvar la temporada turística puede no ser la mejor idea. Si yo puedo permitírmelo, que no lo sé, pasar dos semanas de vacaciones pues me voy a Ribadeo, a Cambados o a Compostela y me gasto ahí lo que me hubiera gastado en París o en Dublín, pero no pienso participar en esta locura en la que el virus muere un día determinado porque los líderes mundiales así lo deciden. El coronavirus no es un bicho al que se pueda meter en una celda o fusilarlo al amanecer. De pronto hemos decidido que ya no es peligroso, fingir que se ha marchado y actuar como si no hubiese ocurrido nada. Yo cerraría fronteras y blindaría territorios hasta que de verdad podamos celebrar los cero contagios en el mundo entero, o hasta que haya una vacuna accesible a cada ciudadano del planeta. Y si la economía se va al carajo, que se vaya. Ya buscaríamos la manera de conseguir un plato y un techo para todos.

Empezamos tomándonos al virus como una coña y volvemos a hacerlo. Somos como los yonquis de los años noventa, que en los ochenta nadie tenía información y pensaban que la heroína era una droga como otra cualquiera, pero diez años después todos los que se enganchaban sabían cómo iban a acabar: robando radiocasetes en los coches para venderlos a cambio de una dosis.

Pues eso, que estamos comprando boletos para un rebrote monumental. Ojalá me equivoque, como casi siempre, que yo soy mucho de hacer predicciones que nunca se cumplen, pero por si acaso, no se vaya usted a Marbella o a Mallorca a contagiarse. Lo digo más que nada porque a la vuelta puede contagiarme a mí y, la verdad, no me apetece. No seamos alemanes.

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