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El asesinato del juez de Ourense

Un buen día, partidarios y partidarias del obispo fueron a casa del juez armados con lanzas, ballestas y antorchas, le prendieron fuego a la casa del juez y ya que andaban por ahí, a las de unos cuantos vecinos

E n 1292 un terrible suceso sorprendió a la vecindad de la ciudad de Ourense. Lo cierto es que no, no sorprendió a nadie allí. De hecho, no sé qué población tendría Ourense en aquella época, pero seguro que unos pocos centenares. Pues yo creo que participó más de la mitad de toda aquella gente. El caso es que asesinaron al juez por orden del obispo.

Un año antes o así, el rey Sancho IV el Bravo había pasado por Ourense y comprobando que la relación entre el juez y el obispo era más que distante, que andaban todo el día a la gresca y cada uno de ellos tenía a sus partidarios, les obligó a guardar una tregua de 10 años, cosa que ellos aceptaron de mala gana porque no les quedaba más remedio. Es como cuando usted ve a dos niños peleando y les dice que hagan las paces y se dan un abrazo. Mientras lo hacen están planeando la siguiente pelea, que tendrá lugar en cuanto usted no esté presente.

Esa tregua no afectaba solamente a los firmantes, sino que comprometía a todo el vecindario, dividido entre uno y el otro bando. Ahora a eso se le llama sociedad polarizada. Pues algo así. La sociedad de Ourense estaba polarizada y eso no siempre es bueno. Así que un buen día, partidarios y partidarias del obispo, fueron a casa del juez armados con lanzas, ballestas y antorchas, le prendieron fuego a la casa del juez y ya que andaban por ahí a las de unos cuantos vecinos. Martín Nanes, se llamaba el juez, que no lo había dicho usted.

Es de suponer que el juez salió de la casa, pues dice que lo mataron con una saeta y allí murió. El documento dice que actuaban "con voz de apellido", es decir, en nombre de alguien, que en este caso ya sabemos que era el obispo. Esto sucedió en en la rúa Nova, que también se le olvidaba. Ponga un poco de atención y de cariño, señora, que nos está desordenando el texto y así no. Bueno, después persiguieron a un tal Fernán Domínguez, vecino, amigo y partidario del juez Martín Nanes y lo encerraron en una iglesia.

Teniendo noticia el rey de los desaguisados, así dice, envió a otro juez para investigar, juzgar y sentenciar a los culpables. Ares Pérez de Viriis fue el encargado de llevar la investigación, con la inestimable, o no, ayuda del alcalde Matheus Benevente, el Jácome de la época. No debió ayudar bastante.

Cuando empezó a investigar, Perez de Viriis y el alcalde comprobaron, supongo que con sorpresa, que más de un centenar largo de vecinos se habían largado. Puede que dos centenares. Yo no los conté, pero en el documento salen todos y todas. De algunos de ellos se da la profesión: carniceros, algún zapatero, un notario, un pitillero, varios canónigos, una tejedora. Digamos que una nutrida representación de la sociedad ourensana. Hasta hay una panadera que se llama Marina Doorta, en serio. Con ese nombre tenía que haber construido una ciudad de vacaciones, digo yo. A otros le añaden el mote: hay un Moziño, un Porcote y un Çentolo entre otros muchos. Un tercio, calculo yo, eran mujeres y también había hijos e hijas seguramente menores, aunque no se especifica la edad. Había familias enteras, o sea que por fuerza habría menores.

Todos ellos fueron llamados ante la justicia y ninguno compareció. Dice la sentencia que fueron requeridos una y otra vez y llamados por pregoneros. Nadie. Cero. Así que el nuevo juez Perez de Viriis los acusó a todos y los condenó.

Es curioso que más que del asesinato del juez Martín Nanes y del secuestro de su colega Fernán Domíngues; más que de incendiar toda la calle, de lo que se les acusa es de haber roto con esos actos la tregua que habían firmado ante el rey Sancho.

El caso es que fue un linchamiento en toda regla. Cuando escapó media ciudad es porque sabían que lo que habían hecho era lo suficientemente grave como para plantarse delante de un juez. Pero lo más curioso es que el obispo en cuyo nombre se cometieron el asesinato, el secuestro y el incendio no es juzgado, ni siquiera llamado a declarar aunque en todo momento se le reconoce como inductor de los hechos. Es verdad que no era habitual que un obispo fuera condenado, pero ni hablaron con él, que se consigne.

Tampoco murió asesinado, que solía ser el final de muchos obispos. Tampoco sabemos ni usted ni yo los motivos de las rencillas entre un juez y un obispo que llevaron a los vecinos a asesinarlo. Cuando el pueblo gallego se enfadaba, temblaba la tierra.

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