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Cómo nos robaron el aceite

SE CALCULA que entre los siglos I y II de nuestra era, los romanos introdujeron en Galiza el olivo, que prendió bien en determinadas zonas, como Quiroga o todo el Baixo Miño. En años posteriores, nuestro país fue uno de los principales suministradores de aceite para el Imperio. Se trataba, al parecer, de un aceite de primerísima calidad, llamado oro líquido por su alto precio y por la gran demanda que generaba.

Aquel recurso se mantuvo activo hasta el S. XVI, cuando nuestros amigos los Reyes Católicos mandaron talar casi todos los olivos de Galiza. ¿Qué ocurrió? La mitad de la nobleza, comandada por los líderes Irmandiños, se había aliado con Enrique IV en la guerra de Sucesión entre Isabel la Católica y el legítimo heredero. La otra mitad hizo lo propio en favor de Juana la Beltraneja, también en pugna con la católica. Los feudales gallegos, con excepciones, eran gente que guerreaba por su cuenta, poco afines a la corona de Castilla, poco dados a la obediencia y poco o nada proclives a mantener sus alianzas. Galiza era un caos muy mal visto desde Castilla. Por poner un ejemplo, buena parte de los feudales gallegos, tanto durante las guerras Irmandiñas como en la posterior guerra entre Castilla y Portugal, lucharon bajo bandera portuguesa o cambiaron de bando según su conveniencia.

Ya es posible encontrar en algunas tiendas ese aceite gallego que sabe a gloria bendita

Firmados los tratados de paz, los reyes católicos pusieron en marcha lo que Castelao, acertadamente, definió como "Doma y castración de Galiza". Se tomaron algunas medidas humillantes para la nobleza, como prohibir la nueva construcción de castillos, limitando notablemente el tamaño de las viviendas nobiliarias (de ahí surgieron los pazos, mucho más pequeños y sin carácter defensivo) y entre otras cuestiones se ordenó la tala de todos los olivos, que durante mil y pico años habían constituido una potente fuente de ingresos para la nobleza. Solamente se permitió su permanencia en tierras de conventos y monasterios, pero prohibiendo la comercialización de aceite o aceitunas. La orden siguió vigente durante siglos, tanto que en las posteriores desamortizaciones en las que la Iglesia perdió buena parte de sus tierras, se talaron los olivos que habían sobrevivido.

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En aquellos lugares menos accesibles a los que los inspectores reales no podían llegar o no conocían, la tala se sustituyó por una tasa impositiva sobre cada olivo o su fruto tan elevada que hacía inviable la cosecha. Fue una manera muy eficaz de empobrecer a los nobles gallegos, privándolos de una fuente de recursos inagotable, con la que los reyes castellanos consiguieron un doble objetivo: además del evidente castigo a la nobleza, llenaron de olivos la recién conquistada Andalucía para implantar un sistema productivo. Más o menos lo que hizo Europa con nuestros sectores lácteos, ganaderos, navales, forestales o pesqueros. Los quitamos aquí y los ponemos allá.

No se trata de comercializar cuatro botellas por cosecha. Se necesita plantar miles de olivos

En algunas zonas de nuestro país, sobre todo en Quiroga y en el Baixo Miño, sobreviven olivos centenarios y unos cuantos molinos de aceite, algunos felizmente recuperados. Y cinco siglos después, hay algunas empresas que apuestan por la recuperación del sector con especies autóctonas. Bien por esa gente, que no sólo está recuperando una fuente de riqueza y un producto de primerísima calidad, sino que está recuperando algo que se nos robó sin otro motivo que una venganza caprichosa de unos pésimos reyes que siempre vieron a Galiza como un estorbo.

Ya es posible encontrar en algunas tiendas ese aceite gallego que sabe a gloria bendita. De momento la producción es pequeña, pero a medida que las plantaciones crezcan y con ellas los litros puestos en el mercado, ya le digo yo que nuestro aceite no tendrá nada que envidiar al andaluz o al italiano. Volveremos a vender por todas partes el mejor aceite del mundo, como lo hicimos antes de que nos lo robaran los reyes católicos. El proceso será lento pero seguro, porque no se trata de comercializar cuatro botellas por cosecha. Se necesita plantar decenas de miles de olivos y tienen que ser de nuestras especies autóctonas, porque para plantar las de Andalucía ya están los andaluces. Hay que buscar los lugares donde mejor se den, que serán los mismos que hace 500 o 900 años. Eso llevará su tiempo, pero los gallegos sabemos esperar y lo haremos. Es verdad que lo que se pierde no se recupera jamás y llevamos cinco siglos sin cultivar olivos pero no me cabe la menor duda de que en unos años volveremos a ser la gran potencia mundial del aceite de oliva.

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