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Una calle por error

Para negociar los acuerdos de Utrecht en los que España cedió Gibraltar a Gran Bretaña, Felipe V designó a dos embajadores: el primero de ellos, el duque de Osuna, a quien ya debemos olvidar por no tener vela en este entierro; el segundo era Isidro Casado y Acevedo de Rosales, que es el que nos interesa, pues al menos tres de nuestros historiadores lo hacen natural de Pontevedra, a saber: Claudio González Zúñiga, Fernando Fulgosio y Celso García de la Riega.

calleIsidro Casado fue marqués de Monteleón y vizconde de Alcázar Real. Además de entregar Gibraltar prestó muchos más servicios a la Corona española como embajador en Génova, Gran Bretaña, la Haya, Francia, Roma y Venecia. Tuvo cuatro hijos, tres varones y una señora, de los cuales a su vez nos interesan dos. Uno de ellos se llamaba Antonio y fue famoso por raptar a mademoiselle Marguerite de Huguetan, hija del conde de Gyldensteen, un adinerado banquero danés. El caso fue muy sonado y acabó como tenía que acabar: en boda. Era lo normal en aquella época cuando el raptor era de familia bien, lo que no debe extrañarnos si recordamos que también era habitual arrojar excrementos por las ventanas. Pues se celebró una boda por todo lo alto y los papis de Marguerite reían y abrazaban a sus consuegros los marqueses de Monteleón alabando el valor de su niño Antonio por haber raptado a la doncella. De ese enlace entre secuestrador y rehén, dicho sea de paso, procede la reina consorte emérita de España, doña Sofía de Grecia y Dinamarca, que es fruto de sucesivos entronques que se dieron entre los descendientes de nuestra pareja y diversas casas reales europeas.

Olvidamos a Antonio para ocuparnos del otro hijo del marqués de Monteleón, que se llamaba Pedro, quien sucedió a su padre en el título. Fue igualmente embajador, pero algo salió mal y acabó desterrado en Pontevedra. Construyó una casa en la Rúa Nova de Arriba, en la Moureira, y vivió entre Pontevedra y Marín, donde la familia de su esposa tenía propiedades. Su padre (el de Gibraltar), que tuvo fama de vividor, había muerto sin dejarle más herencia que el marquesado, por lo que el hombre estaba totalmente arruinado. Así lo escribió en una carta: "Además, señor, yo no soy señor de vasallajes, ni tengo mayorazgo alguno, ni palmo de tierra en que poder labrar, ni mi padre me dejó caudales". Se quejaba en esa carta de que había tenido que vender los muebles y las joyas de su madre para subsistir. Debía un dineral a la Corona por no cumplir con sus obligaciones como marqués. Sus hermanos, el secuestrador de la bella Marguerite y otro que vivía en Italia, habían muerto. Ya no tenía quien pudiera socorrerle.

La desgracia siguió cebándose con esa rama de la familia. A la muerte de Pedro, su hijo Melchor tuvo que pedir al rey que le quitara el título, pues no podría sufragarlo. El rey accedió y así acabó el marquesado de Monteleón, que apenas aguantó tres generaciones.

Lo más curioso del asunto, y esto nos lleva al principio, es que nuestros admirados González Zúñiga, Fernando Fulgosio y García de la Riega se equivocaron al suponer que el primer marqués de Monteleón, el de Utricht, era nacido en Pontevedra. Los tres historiadores se equivocaban cuando les daba la gana, ejemplo que algunos tratamos de seguir a la menor ocasión. También se coló el Concello de Pontevedra, que en 1950 dedicó una calle, Monteleón, al "pontevedrés" que había firmado el tratado de Utricht.

Lo cierto es que el hombre que negoció y firmó los famosos acuerdos había nacido en Milán, no pisó nuestra ciudad en su vida y si alguna vez llegó a verla fue en un mapa. Su hijo, el segundo marqués de Monteleón, el que estaba aquí desterrado, tampoco era natural de Pontevedra sino igualmente de Milán y su estancia entre nosotros fue del todo indeseada por él. Entonces, ni el primero ni el segundo de los marqueses hicieron nada para merecer una calle: o le cambiamos el nombre o se la adjudicamos al tercer marqués, Melchor, el que solicitó que se le revocara el título, pues es el único que con algo de suerte sí nació en Pontevedra y vivió por aquí voluntariamente. Y ésa es la verdadera relación de Pontevedra con el asunto gibraltareño tan de moda hoy y siempre: ninguna. Le dedicamos la rúa Monteleón por error y ahí sigue la calle.

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