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La taza y la cunca

Celebración de la Festa do Viño de Barrantes, el año pasado. JOSÉ LUIZ OUBIÑA
photo_camera Celebración de la Festa do Viño de Barrantes, el año pasado. JOSÉ LUIZ OUBIÑA

Para los muchos aficionados a la cultura del vino, la cuestión de los recipientes para beberlo reviste un indudable interés. El término "cunca" es genuinamente gallego; no se encuentra en los diccionarios de Covarrubias y RALE, mientras que en el de Manuel Seco, aparece como sinónimo de taza, empleado por escritores oriundos de Galicia que se expresan en castellano, como Camilo José Cela. Para Eladio Rodríguez la cunca era una "escudilla" fabricada en madera o en barro vidriado del país, en tanto que la de loza o metal se denominaba "taza". Este criterio coincide exactamente con el que sostienen las fuentes orales. De todas formas, en los últimos años, al compás de la generalización de la taza de porcelana, se advierte en los hablantes cierta imprecisión a este respeto, denominando en ocasiones "cunca" a la taza de porcelana. En esta confusión relativa pudo haber influido la pretensión galleguizadora, patente desde la década de 1970, que inducía a muchas personas a emplear el término que consideraban que poseía un cuño gallego más enxebre en todos los casos.

La taza más pequeña se llama en muchos sitios, verbigracia en el Morrazo y en el Salnés, "chiquita" o "chiquito". La taza que le seguía en tamaño, aproximadamente el doble, se denominaba genéricamente en las tabernas "taza". "-Ponga unas chiquitas", o bien "-Ponga ahí unas tazas", se solía pedir. Hay que hacer no obstante una salvedad. Eladio Rodríguez señala que la "chiquita" era el vaso de vino equivalente a la cuarta parte de un litro y se solía beber en la taberna.

Las tazas de porcelana más pequeñas eran las preferidas para un uso individual. Los marineros de la Guardia las llamaban "medios" y "cestas". Así decían de uno que ya trasegara más de la cuenta en la taberna marinera: "Tiene a bordo quince, o más cestas". También se denominaban "patelas" en la zona de Cangas, atendiendo a que "patelo", como indica el diccionario de Eladio Rodríguez, es un adjetivo que designa aquello que es menos cóncavo que lo habitual.

Existía también una variedad de cunca grande, más ancha y honda, denominada a veces "cuncón". Tenía aproximadamente un cuartillo, "o aun no lo tenía". Se prestaba bien para un uso compartido, que era el más común. Podía ser de madera, porcelana o barro vidriado.

La cunca grande y generosamente llena era uno de los símbolos de prosperidad en el imaginario campesino, en paralelo con la representación de la mesa farta. Esto es lo que parece indicar un proverbio que se escuchaba en labios de muchos campesinos, en el primero tercio del siglo XX: "Si la cunca es capaz, y el vino es ricaz, comamos y bebamos y tendremos la fiesta en paz". En Ponte Ulla, se empleaba una cunca grande, de porcelana blanca, que tenía aproximadamente un cuartillo, para beber el vino que se extraía del barril. Bebían todos de la misma cunca, que circulaba de mano, en los trabajos agrícolas. No se lavaba después, y cuando más tarde alguien hacía uso de ella, si estaba de humor, solía enjuagarla primero con un poco de aquel vino, tirarlo y ya después servirse. Confirma esta práctica un refrán: "Taza de todos, bien lambida y mal lavada".

La cunca grande y generosamente llena era uno de los símbolos de prosperidad en el imaginario campesino

Para muchos galleguistas, como Otero Pedrayo, la cunca operaba como un elemento identitario en relación con el consumidor popular. Pero el escritor ourensano asumía como algo normal, es decir, tradicional, que la hidalguía y el clero, emplearan para beber no ese recipiente sino vasos de cristal. En su obra elogiaba a los abades y señores que sabían apreciar el vino de la ribera que "corría desde las jarras a los vasos de cristal". Por el contrario, censuraba la "gente parva" del valle que bebía vino de fuera y aun por encima "no en la vieja cunca amante, / en el cristal". O sea, para el polígrafo de Trasalba, las personas de calidad debían manifestar su apego a la identidad propia mostrándose fieles al vino de la tierra, o cuando menos de Galicia. En tanto que las gentes del común, que pocas opciones tenían de consumir vino que no fuera el de su comarca, para comportarse como gallegos auténticos, convenía que se sirvieran de las tradicionales cuncas.

En el Ribeiro, algunas personas amantes del vino del país consideran que la taza de porcelana resulta ideal para probar el vino nuevo. Por tal razón, en otoño del año 2000, acordaron en esta comarca promocionar su utilización por la festividad de San Martín. De este modo, rescataban una tradición. En efecto, era costumbre tomar el vino joven desde el mes de noviembre, en el que se consideraba que "el vino nuevo está ya hecho", o por lo menos comienza a poder probarse, en cuncas "anchotas" de barro barnizado, o bien en tazas. En cambio, "de marzo en adelante" se pasaba a utilizar los vasos de cristal, que eran de tipo "carolino" (semejantes a los de la sidra), en la comarca del Morrazo. La propietaria de la taberna La Flor, en A Estrada, señalaba que cada bebedor tenía sus preferencias a la hora de escoger el vaso o la taza. Pero que era muy común, todavía hacía poco tiempo, tomar el vino nuevo en tazas, los primeros meses, y luego, cuando ya estaba más hecho, hacerlo más bien en vasos, porque: "ya cuando están más finos y más claros, entonces están mejor presentados en vaso de cristal". Ítem más: por un motivo semejante, también se tomaba en taza el vino que traían de fuera, en una cuba. "En cambio, el embotellado más bien en vaso". Se considera que la razón de esto consiste en que los vinos nuevos traen "lodo" y "en la taza se nota menos, los disfraza". Es esta una opinión muy extendida: un periodista se hizo eco de ella en una crónica, apuntando que los maliciosos sugieren que el uso de la taza se debe a que disimula mejor las impurezas del vino. Como quiera que sea, la verdad es que ciertos vinos, en una cunca, saben la mar de bien. ¡Pero hay que tener buen pulso!

Para muchos galleguistas, como Otero Pedrayo, la cunca operaba como un elemento identitario en relación con el consumidor popular

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