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Las tertulias de Valle-Inclán

En 1915, Valle-Inclán tomó por costumbre sentarse asiduamente en una mesa del Café Nuevo Levante, en el que se concitaron literatos y artistas procedentes del cenáculo afi ncado en el Café de Madrid, que se resolvió a emigrar atraído por la música de violín y piano de Corvino y Enguita
Ramón María del Valle-Inclán. DP
photo_camera Ramón María del Valle-Inclán. DP

En la época en que le tocó vivir a Valle-Inclán, el goce del tiempo auténticamente contemporáneo tenía lugar en el café. Suscribía esta impresión Gómez de la Serna, quien tampoco tendría dificultad en hacer suya la ocurrencia de Josep Pla, según la cual: El hombre, además de hijo de sus obras, es también un poco hijo del café de su tiempo.

El café Colonial fue uno de sus refugios, ya antes de 1913, donde Valle y sus amigos urdieron la boda de la joven cupletista Anita Delgado, La Camelia, con el Maharajá de Kapurtala, según relata Ricardo Baroja. Continuaron después con la diversión de emular a la Celestina en el music-hall Central Kursaal, creado en 1904, y situado en la Plaza del Carmen, en el que, por cierto, la presencia de mujeres era algo mayor de lo habitual. En 1915, Valle-Inclán tomó por costumbre sentarse asiduamente en una mesa del Café Nuevo Levante, en el que se concitaron literatos y artistas procedentes del cenáculo afincado en el Café de Madrid, que se resolvió a emigrar atraído por la música de violín y piano de Corvino y Enguita, ambos admirables, y en especial el último por la Sonata a Kreutzer, de Beethoven, que inspiró un conturbador relato de Tolstoi. Ambos músicos, todavía jóvenes, tenían mucho talento y solían interpretar también a Wagner, que tantas disputas -a veces airadas- suscitaba a la sazón entre partidarios y detractores. "Así se desquitan de tocar esos trozos de zarzuela populachera que entusiasman al público", apuntaba el selecto ultraísta Cansinos. Valle-Inclán, embebido en su narración, en ocasiones no guardaba silencio, como tantos otros parroquianos, cuando tocaba la música. Pero evitaba hacer tal cosa cuando se ejecutaba una pieza wagneriana, por ser el compositor alemán santo de su devoción. En este caso imponía silencio a los caballeros que manifestaban su desagrado con una música que juzgaban incomprensible. "Entonces la voz del gran don Ramón tronaba por encima de la tormenta musical del gran Ricardo", y apostrofaba así, a voz en grito, a aquel vulgo "municipal y espeso": - ¡Cretinos!

En el café Nuevo Levante se constató la arribada de jóvenes escritores -como señala Cansinos Asséns- pertenecientes a la generación que había sucedido a la que antes frecuentaba el Fornos, de tradición romántica, que había estado muy de moda y por el que Valle sentía querencia. Por aquel entonces todavía se recordaba el Cristo en Fornos: relato publicado en un diario (reeditado después por la Asociación de la Prensa de Madrid, en 1925), cuyo autor era Julio Burrell, periodista y ministro de Instrucción Pública, que fue el promotor del nombramiento de Emilia Pardo Bazán como catedrática de lenguas neolatinas, y quien la respaldó después frente a la reacción misógina que protagonizaron conjuntamente el claustro de profesores y el alumnado. La narración describe una juerga ("orgía" (sic), que en nuestros días parecería atrevimiento muy menor), en un confortable rincón del Fornos, cuyo servicio de restaurante se vio precisado a atender el pedido de champagne, trufas y ostras. Lo había encargado un grupo compuesto por varios jóvenes, un caballero entrado en años -al que se califica como "viejo sátiro"- y dos o tres mujeres de vida alegre. Cuando se hallaban en plena celebración, con brindis, besos y arrumacos, ante el mayúsculo asombro de la caterva se produjo la súbita aparición de Jesucristo, ¡nada menos!, eso sí, en actitud benévola, pero obrando desde luego como un perfecto aguafiestas. El protagonista de tan insólita comparecencia se mostró comprensivo con la debilidad humana -en conformidad tanto con la ética como con la estética simbolista de raíz cristiana- , y tuvo a bien ofrecer a aquellas criaturas descarriadas una caritativa opción al arrepentimiento de su depravación. Causó cierto impacto el cuento de este periodista -con hechuras acordes a la sensibilidad literaria característica del spleen finisecular-, que colaboró en importantes medios, como El Progreso y El Heraldo. Trabó amistad con varios escritores del 98 y mantuvo una relación muy cordial con Valle-Inclán —a quien proporcionó, por cierto, alguna que otra prebenda en la Administración—. Fue en él en quien se inspiró para perfilar el personaje del ministro benefactor en Luces de Bohemia. También Pío Baroja lo tuvo presente en la referencia a un viaje a Toledo que relató en la novela Camino de perfección, obra que ejerció una influencia notable en innumerables jóvenes, como fue el caso del novelista Francisco Ayala, quien regresó del exilio y llegó a alcanzar una edad provecta a base de lingotazos de whisky, según confesión propia.

Valle acudía en el Nuevo Levante a la tertulia de artistas que se formaba todas las noches. Ricardo Baroja y él eran los más veteranos, los auténticos puntales de la reunión, en torno a quienes se agrupaban un grupo de jóvenes creadores: pintores como Julio Romero de Torres, Penagos, Arteta y el escultor Julio Antonio. También participaban en la peña Moya del Pino y Anselmo Miguel Nieto.

José Moreno Villa apunta que los pintores Julio Romero de Torres y Anselmo Miguel Nieto salieron de la cabeza de Valle-Inclán, habida cuenta del influjo que ejerció sobre ellos durante los primeros tiempos del Café de Levante. La opinión de Moreno Villa -pintor él mismo también-, sobre Romero de Torres no era precisamente favorable: "ha sido el más repugnante amanerado, porque su amaneramiento era anacrónico. Las explicaciones que Valle-Inclán le diera del Renacimiento se le indigestaron, y queriendo pintar a lo Vinci, no pasó de un Divino Morales acaramelado, relamido y seboso. Ni que decir tiene que la mediocridad de los muchos quedó embobada con aquellos abortos". Pero, qué se le va a hacer, el público le aplaudía y a Valle le caía en gracia.

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