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Abrazar con los ojos

Amalia Enríquez

LAS SITUACIONES límite como la que estamos viviendo, al margen de lo inesperado o desconocido que nos aportan, suelen ponernos a prueba. Lo que no controlamos por no saber lo que nos puede deparar, podría llegar a crearnos estados de ansiedad, confusión e, incluso, desequilibrio emocional. Por eso, en estos meses, lo que más me ha preocupado ha sido el cuidado del factor mental.

Ahora que, en pequeñas dosis y bien diferentes a las precedentes en la etapa que vivíamos, vamos regresando a lo que le han querido llamar la nueva normalidad, es cuando debemos enfrentarnos de verdad a ese nuevo mundo que nos va a tocar vivir y que, ni en el más intranquilo de nuestros sueños, alcanzamos a imaginar.

Muchas han sido las conversaciones que he tenido con amigos y conocidos estos dos últimos meses. Esa ha sido una de las cosas buenas de esta aventura. En esos momentos de confidencias, todos coincidíamos en algo que nos preocupaba especialmente, el conocer, en primera línea, al miedo. Porque tener miedo al miedo es lo que, realmente, nos puede llegar a paralizar. Y, sin lugar a ninguna duda, esa sensación no siempre es controlable.

El miedo es una de las emociones básicas del ser humano. Dicen, los que entienden bien el factor de la mente, que es bueno tratarlo como nuestro aliado, porque nos ayuda a sobrevivir. Seguramente, si no lo sintiéramos así, viviríamos de forma una forma más temeraria porque la aventura de lo desconocido está cargada de adrenalina y es adictiva, pero ¿qué ocurriría si lo ejecutásemos así?

En estos tiempos de incertidumbre, me he convencido que es primordial conocer cómo actúa el temor en nuestro organismo, aprender a controlarlo y saber gestionarlo porque, hacerlo así, nos ayudará a utilizarlo como una herramienta positiva y evitar, de esta forma, que nos bloquee. Es esencial e imprescindible saber qué es todo aquello que puede frenarnos en nuestro crecimiento personal. Y, en más ocasiones de las que imaginamos, los vetos emocionales son un gran inconveniente para el desarrollo profesional.

Es un tema recurrente en las conversaciones de estos meses con los amigos. Desde que empezó esta situación, por responsabilidad, protección y, en parte, porque desconocíamos muchos datos, espaciamos cada vez más las salidas a la compra o la farmacia. Activamos los pedidos por internet y buscamos alternativas, en mi caso, nunca antes exploradas. Me he tuteado con el sentimiento de la ansiedad el entrar en el supermercado y, al instante, estar deseando salir. Incluso me ha llegado a resultar angustioso cruzarme con alguien. Todo me produce desconfianza y un respeto incontrolable, que se añade al stress de la mascarilla, los guantes y la posterior desinfección de todo lo comprado. Tal ha sido el agobio en algunos días que, al llegar a casa, iba directa a la ducha porque llegué a pensar que todos los virus que podría haberme encontrado en el camino podían estar instalados en mi pelo. Tremendo.

Los días han ido calmando las sensaciones, la vida va tomando forma y la sensación de empezar a ser libre de nuevo se ha ido instalando en mi rutina. La vuelta al trabajo ha ayudado a ese equilibrio y mi preocupación ahora es empezar a gestionar los afectos, los abrazos, los roces de piel. Como me dijo mi querido Jose Coronado, que sabe expresar las emociones como pocos, "tenemos que aprender a abrazar con los ojos". Y así será....

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