El Pontevedra pierde por 0-2 contra el Puertollano en un partido en el que mereció más

Pablo Carnero, sentado en el césped tras ser derribado por un futbolista rival.
photo_camera Pablo Carnero, sentado en el césped tras ser derribado por un futbolista rival.

Segunda División B se aleja de Pasarón. El Pontevedra no pudo con el Puertollano en la ida de la final por el ascenso. No pudo con su guardameta, con su defensa, ni con su portería. Tampoco fue capaz de vencer a las emociones. El once granate hizo méritos para ganar ante un equipo que demostró orden defensivo y velocidad en la zona avanzada del campo, pero no pudo.

Todo habría cambiado si al minuto nueve una gran acción colectiva finalizase dentro del marco de Reguero. Pero Carnero remató al larguero el servicio de Tubo y la veleta cambió de dirección.

El once lerezano llevó la iniciativa y jugó como nunca en la temporada. Desbordó por momentos a su adversario, mientras le duró la gasolina a sus hombres de banda (sobre todo a Tubo), pero no materializó su superioridad. A cada minuto que pasaba, el Puertollano se sentía más seguro. Y cuando marcó el 0-1, momento en el que se congeló el tiempo para todos menos para José Manuel y Rubén Gómez, acabó espantando todos los fantasmas que lo habían acompañado al césped lerezano.

A partir de entonces defendió bien, aprovechó el paulatino desgaste físico y moral del once de Manu Fernández e hizo creciente uso de los espacios dejados por el PCF para salir al contraataque. Fue una parte para cada equipo, pero con el condicionante casi definitivo del 0-1, el auténtico motor del envite, la principal razón, casi la única, de que el Puertollano se fuese a casa con un resultado casi definitivo.

La plaza de bronce está prácticamente en manos del cuadro manchego. Sin embargo, existen motivos para la duda razonable. Motivos que solo el deporte conoce y que el fútbol tiene por hábito emplear cada año. A ellos, a esa especie de milagros balompédicos, se agarra el cuadro de Pasarón para soñar con el ascenso.

Después de que Tubo habilitase a Carnero y éste rematase al poste, el Pontevedra siguió jugando como un ciclón, tocando con cierta velocidad y llegando por las bandas al campo enemigo. Un uno contra uno de Tubo en una acción magistral estuvo a punto de adelantar al cuadro local y David Feito, en la acción siguiente, tras la salida de un córner, obligó a una buena parada del magnífico Reguero.

Entonces llegó la acción desgraciada y determinante del envite. El desconcierto se apoderó del mundo cuando un hombre del Puertollano cayó al suelo. Más pendientes del francotirador que había abatido al adversario que de defender la siguiente acción, los centrales granates fueron incapaces de taponar el cabezazo de José Manuel, que amortiguó el balón para que Hugo Díaz batiese a la estatua de Edu.

El Puertollano prosiguió a partir de aquel momento con su orden defensivo, con una creciente serenidad en campo propio y con sus constantes cortes de ritmo en forma de pérdidas de tiempo que el colegiado no supo corregir.

Después de los vestuarios, el Pontevedra insistió en su idea. Lo intentó con fútbol directo a veces y con combinaciones en otras ocasiones, pero le faltó la precisión necesaria que permite alcanzar el área pequeña y el gol. El balón parado, tradicional aliado de los lerezanos, no ofreció resultados. Los lanzadores no tuvieron un buen día. Además, Tubo ya no tenía oxígeno y estaba más vigilado. El centro del campo se descomponía por el esfuerzo y la necesidad y Manu Fernández quemaba sus naves con la entrada de Moreira por Kevin Presa. Más creatividad, menos contención.

El Puertollano, metido en su área, estuvo bien organizado, cerró huecos por el centro y no tuvo problemas para contener todos los centros al área desde los costados. Y entonces llegó la sentencia. José Manuel corrió por la izquierda, se benefició de un balón entre Pablo y Adrián dentro del área y con fortuna y asistió a Rubén Gómez para que hiciese el 0-2.

Pudo caer un tercero. Lo evitó Edu ante Iván Limón. Después, las pérdidas de tiempo y las malas artes de algunos futbolistas visitantes pusieron el epílogo con una cierta dosis de provocación que no era necesaria.

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