Opinión

Miedo

Víctor Barrio no solo era torero. También era hijo, amigo, hermano, nieto... y el marido de Raquel

CUANDO LLEGAMOS, la carretera estaba llena de gente esperando para entrar. Nunca se me ha dado bien contar en metros o en número de personas, pero en un vistazo general tuve la sensación de que allí estaba todo el pueblo. Y no paraba de llegar gente y ponerse detrás, así que la cantidad aumentaba por minutos. Una capilla ardiente es un lugar inhóspito, por más flores que haya. Cuando entré y la vi no recordé casi nada de lo que nos había llevado a aquel lugar. No recordé que él era torero, no recordé cómo murió, no me paré a pensar en nada. No recordé, no pensé. Solo sentí. Sentí que tenía delante a una mujer a la que se le acababa de partir la vida por la mitad. Sentí que aquella chica de vaqueros y coleta podría ser yo o tú, que estás leyendo, o cualquiera que esté al otro lado del mundo. Sentí que muchas personas a lo largo de su vida tienen que sentir la muerte. Y esta paradoja me acompañó mientras la abrazaba.

Fue ella la que me habló de la primera vez que lo vimos torear. Estábamos juntas. Yo nunca había ido a los toros, y acompañé a una amiga que se estaba enamorando. El toro y su mundo tampoco eran importantes aquel día, aunque confirmé que yo no tengo cultura de toro y que aquello no me interesaba demasiado. Pero no era lo importante. No sé ni cuántos años hace ni me he molestado en mirarlo, porque tampoco es importante. Porque cuando uno le da la mano a un amigo, sea para ir a tomar una caña o para acompañarlo a un encuentro importante, el alrededor no es importante.

Convivimos a diario con la muerte pero no la podemos sentir como nuestra

Convivimos a diario con la muerte pero no la podemos sentir como nuestra. Por eso desgarra, especialmente cuando aparece sin que contáramos con ella. Porque veintinueve años no es una edad para morir. Y treinta y dos no es una edad para que en el estado civil pases a ser viuda. No son edades para que un proyecto de vida se termine. Alguien me recordó el otro día las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique: la muerte nos iguala, venía a decir. También a los que quedamos: una punzada dentro para recordar que estamos aquí de paso y que este minuto también puede ser el último. Aunque no cuentes con él, aunque te vayas de casa dando un portazo, aunque tu última conversación no haya terminado en un te quiero sino en un qué cenamos. Las historias de vida y muerte de los que nos preceden no nos colocan en este lugar, porque las sentimos lejos, porque eran otros tiempos. Pero ay cuando de repente te ves ahí, colocada como frente a un espejo, y entonces pasan por tu cabeza las muertes que has tenido cerca, las muertes que, siguiendo la paradoja, has vivido.

Sucede entonces que las ganas de llorar aumentan y aparecen sin fin los zapatos de los demás para que te los pongas un rato. Y vuelves a lo importante: estar al lado de, sentirte cerca de, disfrutar con…Y una bofetada de realidad al pensar que estamos aquí pero podríamos estar allí y que lo que nos hace personas es el miedo a que no esté el que siempre se sienta enfrente, y que ese temor es el mismo que tapa el miedo a que sea tu silla la que se quede vacía.

Por lo fácil, aunque duro, que resulta calzarse esos zapatos de los que hablamos, tan sorprendente resulta que haya quien pueda ver el alrededor y no lo importante. Sorprende observar que hay quien no es capaz de verse en ese espejo, sorprende y entristece pensar que, ante una muerte, hay quien puede olvidar que hay una madre que está llorando una pérdida, porque ha perdido su vida con la de su hijo. Sobre todo porque todos tenemos familia o amigos, y los afortunados de las dos, y parece inhumano que haya alguien en el mundo que no haya sentido miedo a perderlos.

No nacimos para estar solos. Nos refugiamos continuamente, en ellos: en una madre, en un padre, en un hermano, en un amigo, en una pareja, en un hijo. Los grandes acontecimientos de la vida lo son porque hay alguien al lado. Sea quien sea. Por eso es injusto, como decía Raquel. Injusto que cualquiera pueda perder el abrazo que eligió. Injusto quedarse sola con tres hijos, como aquella abuela. Injusto tener que salir adelante solo con una hija, como aquel tío. Injusto no ver envejecer a un padre, como aquellas hijas. Injusto no poder desarrollar una vida en pareja, como Raquel. Injusto que sea una muñeca que ya no tiene quien juegue con ella una de las imágenes que nos llegó desde Niza.

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