Opinión

Un aplauso para los profesores

No hay que ser astrónomo y trabajar en la NASA para intuir la existencia de vida más allá de nuestra loca esfera azul, ya sea en forma de partículas diminutas que flotan alegres sobre la atmósfera de Venus o una posible civilización en la Constelación de Sagitario. Tampoco hay que ser psicólogo para intuir el drama que habrán vivido cientos de miles de familias durante el inicio de la peste. Despidos, cierres de negocios, estrés postraumático, depresión derivada del confinamiento, aumento de la ansiedad e incremento de las tensiones en casa. Los familiares, lógicamente preocupados por el bombardeo incesante sobre casos de fallecidos, contagiados, brotes y rebrotes que han ido apareciendo en los grandes medios de comunicación (algún día habrá que evaluar su papel y responsabilidad durante estos meses) habrán sentido múltiples emociones, desde ira, miedo, tristeza, angustia, soledad, empatía y esperanza en que una vacuna erradique el mal.

En Galicia esta semana se ha reanudado la educación y cualquier medida preventiva por draconiana que sea ha sido implementada desde los centros educativos para mitigar la posibilidad de un contagio con el objetivo de conjugar el inalienable derecho a la educación de todo ser humano con el derecho a la salud. Le prestamos mucha atención al aspecto biológico del problema, como es natural, pero la importancia de la gestión emocional y nuestra responsabilidad como padres, madres, abuelos o docentes sobre los pequeños a la hora de contribuir a su bienestar mental es fundamental. Hay que evaluar en qué medida nuestros miedos les afectan también a ellos, qué grado de exposición tienen a la presión mediática del virus, analizar cuales son sus emociones, como han vivido en sus casas esta situación, qué sienten cuando acuden al colegio. Todo el mundo está en su derecho de sentir lo que su cuerpo o mente refleje ante una información determinada o situación social pero como adultos debemos ser responsables a la hora de gestionar estas emociones para transmitir siempre a los pequeños confianza, seguridad, positividad, empatía, optimismo y motivación en el día a día. Ellos no tienen la culpa de nuestros miedos, ni de nuestras preocupaciones fundadas o infundadas, ni del infame sistema de producción de carne para consumo humano, ni de la comercialización de animales exóticos o de que alguien en China haya festejado su cumpleaños comiéndose una sopa de murciélago. Son seres humanos en desarrollo físico, mental, emocional y no podemos generarles un trauma en su inconsciente porque los traumas en la infancia se desarrollan en la edad adulta.

Cada uno que busque información, que analice los datos, que evalúe que ocurre en otros países, cada cual que saque sus propias conclusiones pero atención siempre al cuidado emocional de los pequeños. Cuidemos las emociones de los alumnos. Fomentemos que las expresen. Las canten. Las dibujen. Las identifiquen. Las compartan. Porque la escuela no solo es un lugar donde impartir una formación académica. Es el centro esencial de la socialización y desarrollo de las personas. Confiemos en los maestros y maestras de nuestro país. Se ha hablado mucho de los enfermeros y enfermeras como héroes durante los meses duros de la enfermedad y se les ha aplaudido todos los días a las ocho de la tarde.

Hablemos ahora de los maestros y maestras, porque ellos serán los héroes no solo de formar, transmitir, cuidar y asegurar una educación de calidad para nuestros hijos. Serán héroes que en los tiempos del miedo global tomarán el mando durante muchas horas al día sobre grupos de 25 seres humanos para guiarlos por el camino de la educación y no olvidemos que ellos también sufren las mismas tribulaciones que nosotros pero las dejan en casa y cuando llegan a la escuela se convierten en guías para todos los niños y niñas de este país. Merecen otro aplauso.

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