Opinión

El mar es un estado de ánimo

EL Caribe es un mar mítico. Su vientre alberga plantas, moluscos, corales, tesoros, cofres, monedas de plata y proas de barcos pirata hundidos entre el fango y la niebla del tiempo, cuyos mástiles cubiertos de algas yacen poblados por crustáceos, lirios y medusas fosforescentes que iluminan los fondos marinos donde habitan las flores de venus. Pronuncias Caribe y la imaginación proyecta historias de naufragios soñados en playas, palmeras mecidas en la brisa cálida del viento que acaricia las tardes violetas del verano. Cae un coco, se rompe un jarrón. Vierte su leche materna sabor lima sobre la alfombra de oro de la arena. El Mediterráneo no es un mar, es una quimera, un estado de ánimo, un estado del alma. En sus profundidades habitan esculturas griegas, egipcias, embarcaciones romanas, ánforas etruscas, esmeraldas y ostras con perlas en la lengua. En sus profundidades los calamares bailan swing mientras Poseidón entona un canto de espuma y oleaje dedicado a las mujeres de las costas grecolatinas, esas Sirenas de ojos arco iris que escuchan a Fabrizio de André o Franco Battiato sobre la orilla de las playas mientras chupan con su boca rosa un helado de fresa.

El Atlántico no es un mar. Es un océano. Un universo insondable, bruma entre el silencio y la tormenta. Una galaxia habitada por ballenas azules embarazas, tiburones que observan de reojo, pulpos gigantes sonriendo con los brazos abiertos, submarinos amarillos soñados por niños cuando escuchan la música de los Beatles. El Atlántico es una selva de agua poblada por elegantes delfines con corbata que se aproximan con frecuencia a nuestras costas y nos silban para llamar la atención. Nos quieren contar un secreto, una historia, una alarma, un aviso importante o simplemente, quieren charlar, compartir un gin-tonic y escuchar esa trompeta de jazz que suena desde aquel chiringuito que huele a sardinas asadas. Mientras tanto, sobre la superficie, los consumidores de utopías que los historiadores denominan humanidad, pasean entre crepúsculos anaranjados coleccionando horizontes bajo el sol. Esa antorcha que hornea la arena, la harina de la tierra, el pan del mundo.

Los mares tienen sus leyendas, sus héroes, sus mitos, sus dioses. Toda la historia del mundo antiguo permanece sepultada sobre sus fondos. Un baño en el mar es el bautismo ancestral que purifica el alma renacida. ¿Existe para ser soñado o es un sueño que existe? Una madrugada navegando por él mar Báltico durante una noche blanca, tuve una revelación. Mientras la tripulación dormía, salí a pasear sobre la popa del buque. La visión era absoluta y estremecedora. Navegábamos sobre la espalda de agua de un enorme ser que late. Todo el planeta es un ser vivo, es la naturaleza de la que formamos parte y hay que protegerla, porque el mar siempre devuelve lo arrojado. Si le lanzas un beso te lo devolverá con una suave ola que salpicará tus pies desnudos. Pero si le arrojas plástico lo verás después encima de tu mesa un domingo a la hora de comer al abrir las entrañas del pescado mientras descorchas el vino. Sin darte cuenta ingerirás ese pequeño y viscoso trozo de petróleo que se impregnará en tu intestino como un parásito hasta consumirte lentamente y para siempre.

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