Opinión

Meditación sobre Pragueira

ARENA, SOL, playa, mar. Piedras, conchas, algas, sal. Desde la orilla del océano se divisa el horizonte, inexorable, infinito, azul. Blancura de nubes que vuelan, cometas al aire, mecidos al compás de la brisa cálida del viento manso del verano. Escuchar. Las risas de los niños en el agua al jugar. Contemplar. La curvatura perfecta de la bahía. Acantilados color esmeralda. Buscar. Tesoros que el océano regala en la orilla. Conchas, múltiples formas, colores, piedras preciosas, joyas, ámbar, oro. Saborear la sal del agua deslizándose sobre la carnosa cavidad de los labios, cueva de la palabra, tobogán del paladar.

El Atlántico sabe a marisco, su rumor, su temporal, su calma, su tempestad, la serenidad. Cruza un avión que dibuja una línea en el horizonte. Planea con sus alas blancas la gaviota. He visto los cormoranes cruzar en familia alegres y veloces las inmediaciones de la Ría. He visto el sol esconderse tras la isla de Ons, lentamente, apagándose como una antorcha, dejando un destello luminoso antes de difuminarse en el rosa púrpura del umbral. Y la Luna, medalla de plata elevada en la bóveda celeste, allá, donde las estrellas se encienden, bombillas en el aire del universo, parpadeando entre doradas transparencias. Y sube y baja la marea, agua viva. Avanza hasta la orilla y retrocede, dejando los sueños escondidos sobre la tierra mojada. Y delante Ons, icono, símbolo, fetiche, tótem, imagen, bandera, poema, última frontera donde crece el trigo y la utopía. No hay línea de tierra más allá de ese mito. Como un cuadro de Monet, como una pintura de Sorolla. Y desde el chiringuito, palacio de la vida buena, donde reina la aceituna y la cebada, el viento baila al compás de una alegre melodía que huele a mejillón y calamar. Muere el día. Nace la noche.

El universo se abre y el agua en calma yace en paz. Duerme. Serena, alegre. Como un niño tras un día en la arena. Y Bob Dylan canta Shooting Star.

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