Opinión

El PP y la vieja guardia

Uno de los principales problemas internos a los que debe hacer frente cualquier líder político son los históricos del partido, políticos que se eternizaban en sus puestos cuando la veteranía seguía siendo un grado y cuando la jubilación anticipada era un procedimiento natural producto del fracaso electoral. El PSOE, que ha acumulado mucho poder nacional, autonómico y municipal, tiene una abundante nómina de integrantes de la vieja guardia que se han quedado por el camino por distintas circunstancias, sobre todo cuando el partido ha iniciado procesos de renovación generacional al socaire de pérdida de poder. La vieja guardia se considera centinela de unas esencias que han cambiado con el tiempo, más que nada porque un partido es una máquina de ganar elecciones, y si no se logra ese objetivo quedan muchas víctimas por el camino. Los que peor llevan el relevo son quienes más vieja guardia se sienten.

La vieja guardia en algún momento es una nebulosa, que en un primer momento no da la cara como tal, son fuentes que expresan un malestar difuso, que exige la vuelta a políticas anteriores y que sobre todo pide que se preserve la herencia del partido, que no es una creación ex novo sino que vive de una historia que ha tenido grandes momentos para el partido y el progreso de la nación.

A Pablo Casado ha comenzado a nacerle una vieja guardia porque ha dado dos traspiés, dos errores no forzados, que ponen en cuestión parte de la acción política de sus predecesores y les ha cargado con dos responsabilidades —objetivas o subjetivas según la posición de cada cual— en torno a las cuales todo el partido cerró filas. El primero, desligarse de la política del partido y del Gobierno de Mariano Rajoy con respecto a todo lo sucedido alrededor del 1-O, sobre todo la actuación policial; y el segundo, la posibilidad de abandonar la sede del partido en la madrileña calle Génova, número 13, considerada el centro de la corrupción política por la que el Partido Popular está incurso en una serie de procesos judiciales, que para muchos líderes del PP es una excusatio non petita accusatio manifesta, y no están dispuestos a ser objeto de una causa general. P

ara consolidar su poder, Pablo Casado ha comenzado a marcar distancias con sus predecesores, cuando los dos, tanto José María Aznar como Mariano Rajoy, han sido sus padrinos políticos, y junto a ellos, con el resto de dirigentes y militantes cualificados que sin beneficiarse directamente de las consecuencias de actuaciones corruptas se batieron el cobre en defensa de unas posiciones políticas en las que creían. Por ahora los históricos que no comparten los bandazos de Pablo Casado se mantienen en el anonimato. Cuando den la cara serán los portavoces de la disidencia interna y no hay peor cuña que la de la misma madera. Eso sin contar con la más establecida que realizan los barones, entre los cuáles se encuentra su hipotético sucesor si no cumple las expectativas.

Por supuesto que a Pablo Casado le asiste el derecho de marcar su impronta al frente del partido, elegir su equipo y consolidar su liderazgo, pero hacerlo a costa de la propia historia tiene su coste. Y si tiene dudas que le pregunte a Pedro Sánchez pos sus históricos, su vieja guardia y sus jarrones chinos.

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