Opinión

Evocaciones

LOS BELENES me traen a la memoria la infancia. Me recuerdan una foto, cuando tenía tres o cuatro años, en la que aparezco sentado sobre el musgo antes del comienzo de la cuidadosa creación de ese pueblo en miniatura que vemos ahora con un retrato de la vida de antaño. La ternura que despiertan esas composiciones estáticas se convierte en entusiasmo al ver los belenes electrónicos, donde cobra vida la ritual mecánica que rodeaba a los antiguos oficios. Los belenes nos acercan a una realidad rural no tan lejana, a la interpretación de 'Un Belén a la gallega', con referencias arquitectónicas propias y verdes paisajes que componemos como una recreación de nuestra cultura ancestral, ajena a los polígonos industriales y las explanadas portuarias. El belén trasciende su dimensión religiosa. Esas pequeñas imágenes nos retrotraen a la Galicia en la que se trabajaba de sol a sol, motivo por el cual en el belén de Begonte se paraliza la actividad en el anochecer, a los ciclos de invierno y de verano. Ese pequeño espacio nos remite a las fabulaciones cunqueirianas, nos sitúa en un tiempo y una realidad mitificados, como cuando Felipe de Amancia, de ‘'Merlín e familia',’ rememora las historias de una Edad Dorada, la de su infancia, y se siente partícipe de esos aconteceres. Cuando observamos un belén, el agua que mueve el molino llega con sabor a recuerdos, pero también sigue su curso hacia el soñado futuro, con Lugo o con Ítaca como fondo.

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