Opinión

La democracia

Reflexión sobre los benéficos de la democracia y los peligros que la acechan. ¿No somos libres e iguales?
El Hemiciclo, durante la sesión constitutiva de las Cortes. BALLESTEROS (EFE)
photo_camera El Hemiciclo, durante la sesión constitutiva de las Cortes. BALLESTEROS (EFE)

La democracia tiene sus obligaciones con la propia democracia. Y si esas obligaciones no se cumplen se está pervirtiendo la limpieza de ese juego democrático. Es decir, se limitan las libertades, la igualdad, la convivencia y la propia soberanía del pueblo de la que emana nuestro sistema. Da la impresión de que la coalición gobernante olvida las reglas del juego; aquello que en la Transición se llamó espíritu de concordia, y recientemente se encarnó en talante pese a su inexistente sinceridad y vocación. Ya no solo estamos hablando de ese permanente cerco a la Corona y el abuso que se hace del estado de alarma y de los decretos-ley que dificultan el control democrático del Gobierno, sino que padecemos un evidente cerrojazo político, judicial y mediático que excede la mera aritmética parlamentaria. A veces da la impresión de que PSOE y Podemos gobiernan como si el resultado electoral hubiera sido una mayoría absolutísima incontestable y aplastante que da amparo al sometimiento de los poderes legislativo y judicial por parte del Ejecutivo, que es precisamente lo contrario del espíritu democrático. Y eso que, naturalmente, no es democracia, se transforma en avasallador populismo intervencionista de corte impositivo. Lo que estamos viviendo en este país llamado España adultera la esencia de la democracia, y nos convierte a los ojos de la UE y del mundo en un país deficitario, suspenso en transparencia democrática y sin talante de diálogo ni consenso. 

La forma de proceder durante la gestión de la pandemia tarde, mal y con extremo partidismo, deja a este Gobierno en un estado de embriaguez ideológica pseudodemocrática que pone en duda el famoso talante de la izquierda. La radicalidad con la que se desenvuelve la coalición causa temor en el Poder Judicial, en los medios y en la oposición por su constante agresividad de férreo control, impidiendo el desarrollo de una democracia plenamente igualitaria. 

Da la impresión, por momentos, de que PSOE, Podemos y sus socios gobiernan contra la oposición. Hacer oposición a la oposición es, en el argot futbolístico, la táctica según la cual la mejor defensa es un buen ataque. Pero esto no es un partido de fútbol, sino política de interés general público con la obligación irrenunciable de que el Gobierno que resulta elegido en las urnas debe gobernar para todos y no para beneficio partidista ni para destruir el sistema. 

El relato que brota en cada movimiento de Moncloa escribe una línea más en el novelesco libro de esa deseada república que no contempla la sagrada biblia civil de la Constitución. Por eso Sánchez es cómplice de su consentido socio preferente cuando este se permite dividir y enfrentar al país entre republicanos y monárquicos, demócratas de izquierdas y fascistas de derechas, en definitiva, buenos y malos. Esa obsesiva predominancia de la confrontación política, reabriendo constantes heridas del pasado sin voluntad de mirar el presente ni el futuro nos convierte en una democracia fallida con enormes taras y complejos cimentados sobre la base guarracivilista de los rencores. Marcar tanto el desencuentro entre españoles solo nos resta posibilidad como país y nos debilita como democracia verdadera. La democracia debe cuidar de sí misma y cuidarse de sus enemigos. Y estamos viendo desde las últimas elecciones que el lobo acecha peligrosamente desde dentro del propio Estado con inconfesable tentación de devorar las debilidades de la democracia. En su toma de posesión como presidente de EE.UU., Joe Biden, dijo con humildad que "la democracia es frágil". Y es cierto. Pero también añadió que "la democracia ha prevalecido" a pesar del populismo desafiante de Trump y el asalto al Capitolio. 

Pues eso es lo que sucederá en España, donde los resortes democráticos y sociales no quieren, mayoritariamente, aventuras de populismo radical ni de izquierdas ni de derechas. Hoy España está amenazada por el exceso del dictado político, por el derrape de liderazgos inconsistentes forjados a base de retórica mediática, por la exclusión moral de los valores y la demonización del contrario. Somos un país a merced del engaño, del partidismo excluyente como sistema aniquilador del que piensa distinto. Y todo ello contribuye a debilitar nuestra democracia porque convierte a los ciudadanos en útiles comparsas, en figurantes políticos a merced de los partidos, en simples comodines para lograr el poder. No podemos permitir que la sociedad sea un lacayo al servicio del poder, pues los políticos deben entender que son ellos los que tienen la fortuna y el honor de haber sido elegidos para servir a la sociedad. Si esa idea de humildad y vocación pública no prevalece sobre la política, la sociedad debe poner en su sitio a los desestabilizadores a través de las urnas o de los tribunales como es el caso de los encarcelados del procés. La democracia es el libro de la vida en libertad. Y algunos deben releerlo.

En legítima defensa
EL CGPJ ya no se calla ante los atropellos del rodillo social comunista y se revuelve en legítima defensa. El órgano rector de los jueces acusa a PSOE y Podemos de violar la separación de poderes con la reforma legal que limita sus competencias. Una reforma exprés por vía parlamentaria que pretende impedir nombramientos ante la parálisis parlamentaria de la renovación del Poder Judicial. Aquella renovación que Bruselas evitó que Sánchez e Iglesias hicieran por las bravas. Lo último ha sido tramitar la reforma que maniata la autonomía del CGPJ sin tan siquiera escuchar a los jueces, lo cual va contra los principios del Derecho de la UE y el Consejo de Europa. Estamos pues ante una confrontación abierta que además de atacar a la separación de poderes también menoscaba las reglas básicas de la democracia y del Estado de Derecho. Otro frente más del Gobierno de coalición que puede requerir de nuevo la intervención de Bruselas. Sin duda, más palos en las ruedas del carro de la democracia.

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