Opinión

Matrimonio de conveniencia

ES VERDAD que la política acostumbra a ser una especie de teatrillo, a veces con protagonistas de escaso talento, pero, en definitiva, un espectáculo. Para muestra, Sánchez e Iglesias, una extraña pareja unida por el interés, algo que era habitual en los matrimonios durante milenios. Por tanto, si reyes, nobles y burgueses acordaban matrimonios sin amor es comprensible y asumible que estos hagan lo propio. Las dotes aportadas por ambos contrayentes son muy cuantiosas. Sánchez ha recibido un ‘reino’ e Iglesias, se ha visto recompensado, junto a sus seguidores (camaradas de la barra del bar de la facultad, de las asambleas antisistema, o de los centros de okupas), con poder y prebendas. Los que venían a regenerar la vida política rápidamente se han apuntado al nepotismo y el enchufismo de toda la vida. El cargo no es un servicio público, sino una prestación personal que se recibe a costa del Estado por el único mérito de haber conseguido el poder.

En las timbas de tahúres suele haber siempre una víctima propiciatoria a la que desplumar, y si pasados algunos minutos no lo has identificado lo más probable es que el candidato a primo seas tú. En política sucede lo mismo: si un ciudadano no acaba de distinguir a quién beneficia y a quién perjudica un conflicto es que el conflicto es falso y que unos dirigentes ventajistas se han puesto de acuerdo para timarlo.

Tras la lamentable actuación de su ‘pareja’ política, cuestionando la calidad democrática del país, o apoyando al rapero incendiario, han tenido que pasar varios días de graves incidentes, destrozos en el mobiliario urbano, quema de vehículos, rotura de escaparates, agresiones a las Fuerzas de Seguridad, para que el presidente Pedro Sánchez condene la violencia.

El PSOE usa a Podemos, no para dar estabilidad a España, sino para resucitar a su partido. Sánchez se vale de Iglesias aprovechando la estrategia leninista del bolivariano. La verborrea del líder podemita sirve al Presidente para construir la imagen del hombre moderado y socialdemócrata que nunca fue, y que usará para justificar cuando le convenga la ruptura de la ‘coalición progresista’. Dirá que un antisistema es un obstáculo para el desarrollo y la convivencia, y que su sitio no es el Gobierno.

Pese a todo, el Gobierno sólo se romperá cuando a Sánchez le convenga, no cuando interese a España. Ese momento será aquel en el que sus asesores demoscópicos confirmen que puede tener una mayoría suficiente para gobernar en minoría, pero en solitario. Esa situación llegará cuando el sanchismo pueda ser el eje de la política y pactar con el PP la renovación del CGPJ, con Ciudadanos leyes menores, con los nacionalistas los PGE, y Podemos quede como un residuo destruido a partes iguales por la corrupción, la soberbia y la necedad.

El divorcio pactado desembocará en una ruptura escenificada, que traerá una campaña electoral de reproches recíprocos, alerta antifascista y un segundo casamiento tras contar los votos si estos no dan para el deseado gobierno en solitario. Si funcionó una vez, ¿por qué no repetir la jugada?

De momento que nadie se tema lo peor, sus desencuentros para la galería no significan separación o ruptura, porque los matrimonios de conveniencia son, generalmente, indestructibles.

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