Opinión

Yolanda Díaz

No conozco a Yolanda Díaz, más allá de haber coincidido con ella en algún acto, incluida la misa de la ofrenda nacional del 25 de julio, donde relajada acompañando a los Reyes repartía besos y caricias a diestro y siniestro.

Sus acólitos dicen que es de esas personas que hacen política en voz baja, que rara vez recurren a proclamas apocalípticas, que acostumbra a abrirse paso en la escena pública con argumentos y buenas maneras. Y que dedica gran parte de su tiempo a hablar de diálogo, consenso, paz, amor, corazones, fi estas y alegrías. En definitiva, algo así como la Madre Teresa de Calcuta pero en versión laica y comunista.

‘Lady Consenso’, como la llaman en algunos ámbitos gubernamentales, busca liderar el movimiento Sumar en torno a la sociedad civil. Desde su presentación en el Matadero madrileño (no se me ocurriría mejor sitio), no ha parado de destacar las excelencias oníricas de un proyecto, tal vez más concebido para encajar en sociedades inconscientes que en las preocupadas por la incertidumbre económica. Parece un chiste demandar mayor dosis de ‘alma’ y medidas o propuestas ‘felices’ al Gobierno al que perteneces, aunque sea a un ejecutivo de coalición nacido con vocación de que todos los días fueran festivos, cuando las soluciones a la cruda situación que vivimos pasen por la vía de los paliativos.

La cuestión es qué de nuevo y bueno puede aportar una opción política que nace desde los resortes del poder, del manejo de nada despreciables presupuestos, del control del Boe y de apoyos sindicales y mediáticos.

Alguien pidió a Alfonso Guerra que definiera a Yolanda Díaz y este contestó con "es un bluf". Lo bueno, si breve, dos veces bueno. La Real Academia Española define ‘bluf’ como "montaje propagandístico destinado a crear un prestigio que posteriormente se revela falso", "persona o cosa revestida de un prestigio falto de fundamento". Estas acepciones definen bien al personaje, a lo que ha hecho hasta ahora y a lo que dice que hará, aunque hasta ahora no haya dicho nada relevante e ignoremos su opinión en relación a la mayoría de las cuestiones serias e importantes a las que se enfrenta el país. Eso sí, muchas frases bonitas y sonrisas profident.

Adolece de un programa sólido y una base ideológica definida y le sobra márketing, publicidad y telegenia. Usa como nadie el lenguaje inclusivo y cuando hay un conflicto grave sabe hacer mutis por el foro.

Siempre habla de "este país", cuyo nombre, España, o no recuerda o pretende eludir, supongo que para tratar de atraer a los que llevan tiempo demostrando no querer nada bueno para España.

Es fiel reflejo de lo mal que está la política española y del preocupante desarme moral e intelectual que vivimos, que solo conduce a la banalización política, al regate corto, a los personalismos y a abrazarnos al primer vendehumo que llama a nuestra puerta. A esto no hemos llegado por casualidad. Díaz, cuya ambición es mayor que su inteligencia, aprendió rápido, no en vano tiene cerca al mejor de los maestros en el arte del engaño: Pedro Sánchez. Así que, consciente de su acelerada decadencia, su único objetivo es sucederle como líder de la izquierda española. Y en ello está. Ahora solo queda saber si la España del comienzo de curso tras el verano tendrá cuerpo para cuentos y milongas.

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