Opinión

Otra lección de Portugal

Las imágenes del presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, en la cola para pagar en un supermercado y en la playa de Cascais dieron la vuelta al mundo. En ambos casos estaba solo, sin asistentes, sin guardaespaldas. Como un portugués más. 

Esas imágenes "valen más que mil palabras". Pero que "el presidente de los afectos", como le llaman sus compatriotas, pueda ir a la compra y a la playa como un ciudadano normal es posible por la sensatez de los políticos lusos que saben dirimir sus diferencias civilizadamente y contagian esa sensatez a los portugueses que son gente de esmerada educación, respetuosos y muy patriotas. 

"Somos un país uniforme, me decía un colega de Oporto. Tenemos una identidad nacional fuerte, y partidos y ciudadanos respetan la Constitución, al Jefe del Estado, la bandera, el himno…, no tenemos nacionalismos excluyentes, ni tensiones independentistas". 

La comparación con España es inevitable y muy ilustrativa. Aquí es inimaginable ver al presidente del Gobierno, al líder de la oposición o a los ministros comprando en un supermercado o bañándose en la playa solos, sin escolta. Descubiertos, serían insultados por los hooligans del partido contrario. 

Aquí es inimaginable ver al presidente del Gobierno comprando sin escolta en un supermercado. Sería insultado por los hooligans del partido contrario

Claro que pocos políticos españoles tienen la bonhomía y trayectoria profesional de Rebelo de Sousa, ni las buenas formas de la clase política lusa. También es verdad que los españoles somos menos educados que los portugueses y menos respetuosos y, salta a la vista, menos patriotas. Dicho en román paladino, políticos y ciudadanos somos más viscerales y asilvestrados que nuestros vecinos. 

Eso explica que vuelva al Parlamento la bronca política, el duelo a garrotazos dialécticos con palabras de trazo grueso que son la expresión del virus del rencor y del odio que, de alguna forma, se contagian a la calle. Ahí están los escraches y los primeros brotes de violencia y, tristemente, la reaparición de las dos Españas con riesgo de que una de las dos nos vuelva a helar el corazón. 

Con este clima político interno, cada día más tenso e irrespirable, es gratificante encontrar a políticos como Rebelo de Sousa, apreciado en su país por su cercanía y sencillez, por su coherencia y por tender puentes entre las fuerzas políticas, como demuestra la buena cohabitación con el gobierno del socialista Antonio Costa. 

Su aparición en el supermercado y en la playa es la mejor promoción de Portugal como país tranquilo, seguro y acogedor, una imagen bien distinta de la que nuestros políticos transmiten de España. Por esto y por mucho más, a los gallegos siempre nos queda Portugal.

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