Opinión

Uso político de las lenguas

LAS LENGUAS, el castellano como lengua oficial del Estado y el gallego, catalán y vasco como lenguas oficiales en estas comunidades, son una fuente de riqueza y España debe asegurar su pervivencia y prosperidad que no pasan por la imposición forzada por intereses políticos. Viene esto a cuento de tres embestidas de los nacionalismos contra el castellano para, supuestamente, potenciar los idiomas vernáculos.

La primera es el cerco del Govern al castellano en las universidades catalanas. La Generalitat solicitó a los campus un informe sobre el idioma que emplean los profesores en clase y unos comisarios lingüísticos "señalarán" a los que utilizan el español.

La segunda proviene de Baleares, donde el Gobierno de la comunidad persigue a los médicos por no atender a los pacientes en catalán. Una facultativa atendió a una paciente catalanoparlante en castellano y fue denunciada y expedientada "por falta de respeto a los mallorquines".

El tercer embate es la iniciativa de Junts de usar las lenguas cooficiales en el Senado, que harán extensiva a la actividad del Congreso con el apoyo de los nacionalismos periféricos.

Las lenguas son patrimonio de todos, hablarlas y protegerlas es un derecho y un deber de todos. Pero el problema de España no son las lenguas, sino el uso político que se hace de ellas. Lo que ocurre en las universidades catalanas, en la sanidad balear y con la pretensión de hacer un Senado y Congreso plurilingües responde más a la cruzada de los nacionalismos para estigmatizar el uso del castellano que al intento de impulsar y potenciar los idiomas vernáculos.

Sin entrar en el atentado a la libertad de cátedra, ¿alguien piensa que se potencia el catalán en la universidad impidiendo el uso del idioma castellano? ¿Los pacientes sensatos de Baleares prefieren que los médicos les hablen en catalán o que sean competentes en el diagnóstico y tratamiento de su enfermedad?

Por último, no sabría decir si utilizar todas las lenguas en el Senado y en el Congreso, al margen del coste que supone, encaja en el género del esperpento, del teatro de lo absurdo o del ridículo elevado a categoría política. Va a ser divertido ver cómo sus señorías se «entienden» en las Cámaras, traducción simultánea mediante, y verlos después en la cafetería conversando en castellano, el idioma común que hablan todos.

Son formas del sectarismo maniqueo y tribal de los perseguidores del castellano. La falta de luces que preside el particularismo nacionalista nubla sus mentes y les impide saber que una lengua ni se impone ni se erradica por la fuerza.

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