Opinión

Chegou o maio, cubrámolo de flores

"AÍ VÉN o maio / de frores cuberto…", escribía a finales del XIX nuestro gran poeta Manuel Curros Enríquez y cantaba a finales del XX nuestro gran músico Luis Emilio Batallán. Efectivamente, la llegada del mes de mayo conlleva en nuestra querida tierra una explosión de la naturaleza. Asoman las flores, botan las parras, reverdecen los campos, se cubren los bosques... Aquí y allá la naturaleza se adueña de todos aquellos espacios que había dejado abandonados durante su letargo invernal.

Pero parafraseando a Asterix cabe preguntarse: ¿De todos? No, de todos ¡no! Un territorio poblado por irreductibles galaicos resiste y se enfrenta a la invasión natural. Por mucho que nos pese así sigue siendo aún. Y en demasiados lugares allí donde deberíamos ver un denso manto vegetal asoma el bloque y el cemento. Allí donde debería reinar el verde se impone el naranja del ladrillo. Allí desde donde debería oler a hierba y vegetación fluyen aromas de residuos y vertidos. Allí donde las flores deberían ser el principal ornamento lo único que se deja ver es el feísmo.

El hecho de contar con un pequeño alojamiento de enoturismo en el corazón del Salnés me permite sondear las opiniones de quienes nos visitan. Me gusta mucho indagar en qué les gusta, qué les disgusta, qué les ha sorprendido o qué imagen se llevan de las Rías Baixas. Pues bien, la respuesta que más se repite entre los aspectos negativos de nuestra oferta sigue siendo el feísmo. A nuestros visitantes, especialmente a los que llegan de más allá de nuestras fronteras, lo que menos les gusta de nuestra tierra es la falta de respeto por el entorno, la degradación medioambiental y paisajística y esa perenne sensación de que todo está a medio acabar.

El feísmo es una de nuestras principales lacras. En sí mismo y porque representa el poco cariño y apego que tenemos para con lo nuestro. Y, como ya he señalado en alguna otra ocasión, lo más triste es que bastarían unas mínimas actuaciones para solventar, al menos en parte, esa situación. Bastaría, por ejemplo, con cubrir con un manto vegetal los muros que bordean nuestras carreteras y corredoiras y que tanto afean el paisaje. Bastaría con imponer como criterio estético la decoración con flores y plantas naturales. Bastaría con dejar que la naturaleza se expanda y se muestre en todo su esplendor. Porque, ¿hay algo más hermoso que un viñedo lleno de parras brotando? Y no, para eso no necesitamos ninguna intervención ni ninguna inversión. Sólo es preciso tener la sensibilidad suficiente para dejar que la naturaleza realice su trabajo.

Reincidir en esa sensibilidad por el buen gusto y la armonía estética y natural es fundamental si queremos ser un destino turístico excelente. Porque hoy en día el medio ambiente es parte sustancial de esa excelencia.

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