Opinión

La gracieta de Zapatero

ZAPATERO LO ha conseguido. En sus años de gobierno, además de hundir a España económicamente, se dedicó tambien y de manera irresponsable a romperla y a llevarla a una balcanización más que segura. Con la reforma del Estatuto catalán, se cargó la Constitución de 1978 y con ella el consenso que tanto trabajo costo en aquellos difíciles años de la Transición. Una transición, donde todos los españoles, que votaron masivamente nuestra norma fundamental, querían, de una vez por todas, cerrar las viejas heridas. El presidente socialista inició, alegremente, el derribo de la Constitución que nos ha regalado el periodo más próspero de nuestra historia y se quedó tan feliz en su tontunez mayúscula. Zapatero y el Tribunal Constitucional, unos señores presididos por una profesora de Derecho Laboral y designados por nuestra brillante clase política, después de las innumerables presiones, intimidaciones y coacciones que sufrieron, resolvieron el recurso que se había presentado contra el nuevo el Estatuto catalán, pariendo un apaño más que una sentencia, que puso ya a esta vieja nación en el precipicio. Cualquier persona con sentido común que leyó, en su día, lo alumbrado por los magistrados en aquella sentencia pudo adivinar en el fallo chapucero un torrente de problemas políticos, económicos y sociales que nos venían encima por las gracietas zapateriles y de aquel charnego socialista nacido en Córdoba y de nombre Montilla.

Los palmeros de Zapatero decían que todo estaba muy bien y que el comistrajo jurídico que había cocinado la mente lucida y preclara del ministro de Justicia de la época, Francisco Caamaño Domínguez, tenía perfecto encaje en la hoy ya fenecida Constitución. El señor Caamaño puede estar muy orgulloso de su papel de sepulturero estatutario.

Han pasado unos cuantos años de la zapaterada y de aquellas aguas vienen estos lodos. Los separatistas catalanes dieron un golpe de Estado que tuvo que detener el Rey, mientras la vicepresidenta Sainz de Santamaría, embobada y sin enterarse de nada, tomaba el té en el Circulo Ecuestre de Barcelona con el golpista Oriol Junqueras. Los golpistas, realizada la fechoría y como en cualquier país democrático y serio que se precie fueron encarcelados, juzgados y condenados de manera muy benévola a unos añitos de cárcel. Hoy, está Pedro Sánchez en el poder. Poder, al que llego cogido por los dídimos por esos mismos separatistas, por los herederos de la ETA y por los comunistas de Podemos. Un poder al que Sánchez se aferra a toda costa sin importarle lo mas mínimo el precio colosal que tiene que pagar, que no es otro que la ruptura de España. Sus socios, apretándole un poco las pelotas, ya han conseguido los indultos de los golpistas. Unos indultos que son una tomadura de pelo a la inmensa mayoría de los españoles que los desaprueban; una inconcebible desautorización al Tribunal Supremo que tambien los rechazo, como la propia Fiscalía del tribunal; un ataque a la soberanía nacional y una burla al Estado de Derecho. Además, deja a España y a nuestra imagen en el mundo en una situación de debilidad y compromete de manera indecente e irresponsable a la Jefatura del Estado. Y todo ello a pesar de que los propios delincuentes han manifestado un nulo arrepentimiento y su voluntad de repetir el gravísimo delito. Cuando se publicó la sentencia Pedro Sánchez señaló que el acatamiento de la misma implicaba su cumplimiento y ponía de manifiesto, muy ufano, que nadie está por encima de la ley. Nadie, salvo él, claro.

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