Opinión

La pequeña Silvia

Hace veinte años, un 4 de agosto de 2002, unos terroristas de la ETA, realizaron una de sus más heroicas misiones en pro de la liberación de su rico y oprimido pueblo. Habían asesinado a una niña de seis años con grave riesgo de sus vidas, en una ejemplar acción de guerra que, sin duda, quedara escrita en los libros de las grandes batallas. Ese dia, le toco a la pequeña Silvia Martínez; antes cayeron, fruto del arrojo y la valentía de los chicos descarriados de Arzallus y de Setien, los niños Jesús M. Campos, Jose María Piris, Alfredo Aguirre, Sonia Cabrerizo, Susana Cabrerizo, Silvia Vicente, Jorge Vicente, Mirían Barrera, Esther Barrera, Luis Delgado, Vanessa Ruiz, María Cristina Rosa, Ana Cristina Porras, María Pilar Quesada, Fabio Moreno y unos cuantos pequeños más de los que, desgraciadamente, ya no recuerdo su nombre. Les pido que desde el cielo me perdonen. En total, 28 criaturas y 3 “nonatos” que estos criminales asesinaron en el vientre de sus madres. Un asesinato para la Iglesia Universal decente y un accidente o un efecto colateral, fruto de la violencia, para esa pretendida iglesia vasca de curas y obispos trabucaires que tanto daño le han hecho a la fe de los españoles. Aunque desde el gobierno de Sánchez sigan con la brocha intentando, inútilmente, blanquear a estos asesinos, nadie puede olvidar que para aquellos obispos vascos y su caterva de predicadores no había terrorismo, era violencia. Los pastores del rebaño no hablaban de terroristas, sólo de "violentos" en esa posición ambigua, meliflua y cobarde que llevan manteniendo desde hace más de cuarenta años, con mil inocentes españoles asesinados por el hecho de serlo. La paz tiene un precio, vomitó un día aquel siniestro obispo Setien. Y si el precio no se pagaba, los chicos “iracundos” se dedicaban a matar. Lógico y normal.

La pequeña Silvia ya no volvió con sus padres a la iglesia, ni se pudo preparar para recibir la Primera Comunión de un sacerdote honesto. No volvió a jugar en la playa con sus amigos, ni pudo vestir su traje regional en la procesión de la patrona de su pueblo, como hacen muchas niñas pontevedresas acompañando a Nuestra Señora La Divina Peregrina en la ofrenda de flores. Silvia, ya no está.

Los padres de Silvia, aunque lo ignoren y miren para otro lado Pedro Sánchez, Rufian, Echenique y P. López, este último un verdadero experto en hacerse el sueco, vieron como unos asesinos les destrozaron la vida; ya no volvieron a reír, ni a ser felices y dichosos como lo eran al lado de su criatura. Les arrancaron un pedazo de sus entrañas, muchos años de vida y muchas ilusiones, quizás todas sus ilusiones, unos cobardes asesinos, con la disculpa, la absolución, la tibieza y la cobardía de los que recogían las nueces, que en toda España se conocen. Cuando asesinaron a la pequeña Silvia, algunos de esos cobardes se pusieron a expeler los tradicionales e hipócritas comunicados de condena que leían, cansinamente y con lágrimas de cocodrilo, los de la brocha y la boina, mientras, otros, más repugnantes, se escondían en su cloaca esperando a que escampase. Silvia se fue, pero quedo su valiente madre, Toñi Santiago, que sigue exigiendo para su hija memoria, dignidad y justicia, mientras contempla, asqueada, como el ministro Marlaska acerca a sus asesinos a cárceles vascas y como, gracias a Pedro Sánchez, los herederos de la ETA, en el Congreso de los Diputados, dan lecciones de moralidad a todos los españoles.

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