Opinión

Pagazaurtundua

Como era costumbre, le dispararon tres tiros por la espalda. Joseba Pagazaurtundua, estaba tomando café en un bar de Andoain con el miedo metido en el cuerpo. Era sargento de la policía municipal del pueblo. Tenía 45 años, estaba casado y era padre de dos críos. Falleció horas después en el hospital.

El atentado ya estaba anunciado de antemano y aun así no se pudo librar de la muerte. No podía. Fue el final sin remedio de muchos años de amenazas, pintadas y miradas turbias y torcidas. Miradas que apuntaban a la nuca del ejemplar servidor público todos los días, sin que nadie hiciera nada para protegerle o al menos mitigar su angustia y la de toda su familia por un triste final que inexorablemente no tardaría en llegar.

Dos años antes de su asesinato le escribió una carta al consejero de Interior, Javier Balza, del PNV, en el que le ponía la corriente de las amenazas continuas que estaba sufriendo y del final que iba a tener. Le escribía también a su madre en donde le confesaba sus temores. Muchas veces en forma de poema: "El alma se me escapa trozo a trozo cuando veo un nuevo asesinato. Ay madre, qué miedo tengo. He de salir a la calle, afuera esperan ellos, los que desean sangre. Ay madre, me han de matar y no puedo evitarlo. Mi grito de libertad lo acojan los ciudadanos". Y lo mataron.

Su madre lloró y maldijo a los asesinos, a su entorno y a muchos de los que negociaban con ellos. Y lo hizo sola, sin apoyo y sin consuelo, salvo el de su propia familia, en una sociedad que miraba para otro lado, enferma y medrosa. Paralizada. Una sociedad con dirigentes cobardes. Tibios y gallinas con los asesinos y muy duros y muy valientes con las indefensas víctimas. Una desigualdad en el trato escandalosa que culmino con las miserables declaraciones de aquel canalla que se llamaba Javier Arzallus. Este sujeto, con la chulería de aldea que le caracterizaba y con la que trataba de ocultar su más que evidente cobardía, insultó, menospreció y trató como un ser inferior a aquella mujer, a aquella madre a la que los etarras le acaban de matar un hijo, porque la buena de la señora protestó y pidió responsabilidades, públicamente, al gobierno vasco por el terrible asesinato. Que menos puede hacer una madre cuando le matan a un hijo sino romper a llorar, protestar y maldecir a un gobierno que no tuvo piedad con su hijo condenado a muerte. Una madre, doña Pilar Ruiz Albisu, de Rentería, hija de un socialista que hizo la guerra y sufrió la cárcel. Esta semana el ministro Marlaska acerco a los asesinos de Pagazaurtundua a cárceles vascas. Un Marlaska que los conoce bien, pues fue el quien los interrogó cuando era juez. Ahora, es un ministro interino que por mantenerse en un sillón, se pasa el dolor y la indignación de los familiares de los asesinados por el forro de sus caprichos, recompensando a unos asesinos que intentaron acabar con la democracia en España.

Una nueva humillación. Un nuevo desprecio a unas familias rotas por las bombas, las balas y el terror, de un gobierno que se dice progresista, que no se sabe a dónde va y qué pretende con estos gestos de insolidaridad, burla y rechazo hacia huérfanos y viudas inocentes. Gestos y políticas que solo producen desesperación y angustia entre las gentes de bien.

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