Opinión

Privilegios carcelarios

Recuerdo cuando hace ya unos cuantos años una señora, Mercedes Gallizo, era la directora general de Instituciones Penitenciarias. Gallizo, en cuanto tomo posesión del cargo ya anunció que no iba a pasar ni una en el complejo mundo carcelario español. Y, en efecto, su primera víctima no se hizo esperar. Se trataba del señor Mario Conde, ex presidente de Banesto y uno de los reclusos más conocidos en aquella época de las trenas celtibéricas. Al parecer el señor Conde recibía un trato de favor en la prisión donde cumplía condena porque tenía más visitas de las permitidas por los reglamentos penitenciarios. Y eso la señora Gallizo no lo podía permitir, así que cortó por lo sano y le envió al blando y comprensivo director de la cárcel el motorista de rigor con su cese inmediato y el agradecimiento de los servicios prestados al Estado y, claro está, al señor Conde. Mercedes Gallizo había aplicado la Ley y el articulo 14 de nuestra Carta Magna que proclama, claramente, el principio de igualdad para todos los ciudadanos, menos para los golpistas catalanes, claro está, y corrigió de inmediato aquella situación de privilegio a todas luces injusta. Todo el mundo se felicitó por ello. Gallizo comenzó muy bien pero muy pronto se le terminaron las energías, porque pasó por alto una situación de todos conocida en España que era la de los reclusos de la ETA, que clamaba al cielo y a la que nadie le metía mano.

Los presos de la ETA, muchos de ellos sanguinarios asesinos estudiaban – un suponer, claro – en la Universidad del País Vasco con ayudas económicas no extensibles al resto del alumnado, así como con libros de texto gratis y matriculas igualmente gratis. Tenían expedientes académicos con calificaciones medias muy superiores a la de los alumnos presenciales en la Universidad; evaluación de asignaturas a través de trabajos sin control alguno; y obtenían licenciaturas en carreras experimentales sin realizar ni la primera práctica, cuando eran obligatorias para los alumnos normales.

Los privilegios de estos terroristas no se ceñían solo a los estudios universitarios. Su régimen de vida en las prisiones estaba también lleno de prebendas y prerrogativas. Así, tenían su celda individual cuando los demás reclusos debían de compartirlas; llamadas telefónicas extraordinarias, comunicaciones también extraordinarias, coladas con jabón suavizante, adquisiciones de comida exterior, incluidos los langostinos para celebrar el asesinato de algún guardia civil, ordenador personal, traslados a otros centros carcelarios para que mantuvieran relaciones con sus parejas de otras prisiones; más horas de patio que los reclusos comunes; además de no esperar turno para ir al medico que los recibía cuando se lo pedían. Una situación denunciada públicamente por funcionarios y fiscales. Un cachondeo penitenciario absoluto que continúa, hoy día, en Cataluña. Ayer, sin más, nos enterábamos de que un hijo de Jordi Pujol que ingresó en prisión el pasado mes de enero para cumplir una condena de dos años y medio de cárcel por el conocido como caso de las ITV, solo 57 días después los responsables de la prisión barcelonesa donde cumple la pena ya han propuesto que pueda acogerse al tercer grado penitenciario. Y así, podrá salir de día para trabajar, tomar unas cañas y regresar solo para dormir en su celda. Sigue la coña. Esperemos que, al menos, no le regalen una licenciatura de mestre Composteiro o lo hagan ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.

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