Opinión

¡No lo olvidemos!

LO MÁS sencillo es emigrar de los pequeños pueblos del rural marroquí a las grandes urbes del país. El éxodo se repite con demasiada frecuencia. Convertida en una recurrida vía de escape y, a su vez, en un hilo de esperanza para las familias más pobres; la adolescentes a punto de ser jóvenes mujeres se ven obligadas a dejarlo todo atrás y hacer el humilde petate con el que iniciar su largo peregrinar hasta llegar a Casablanca, Rabat, Fes o Tánger. En este último rincón tropecé, no en pocas ocasiones, con numerosas experiencias muy parecidas. Solo había que cambiarle el nombre y el lugar de procedencia. El resto coincidía casi a la perfección: pobreza, discriminación, violencia machista y escasas oportunidades para pilotar sus vidas hacia un rumbo distinto. Y después de tener la oportunidad de conocer, conversar, escuchar y convivir con cada una de las historias se llega a una incuestionable conclusión: nacer a 14 kilómetros de allí, cruzando la fosa común del Estrecho de Gibraltar, habría supuesto otro escenario completamente distinto. ¿Y por qué no? Debemos reconocerlo: las fronteras se construyen y se instalan, entre otros motivos, para trazar una gruesa, casi infranqueable, línea divisoria entre el mundo pobre del mundo rico.

La gran mayoría asumía (con supina resignación) que el oficio de Maquila del textil solo sirve para subsistir, a duras penas, en el día a día. Que se trata de un tren en plena vía muerta porque nadie abandona su crítica realidad a través de empleos precarizados, donde la explotación está más presente que ausente, y los derechos laborales son una verdadera utopía. Al entrar esa temible espiral, miles de mujeres se ven sometidas a diez y doce horas en el interior de fábricas insalubres, de lunes a domingo, sin poder hacer otra cosas que tejer prendas y artículos que luego vestimos, en Europa, con una conciencia ligera de equipaje. Una condena que solo da para pagar un pequeño habitáculo compartido por tres o cuatro trabajadoras, algo de comida comprada en el mercado local y un puñado de dirhams para enviar como ayuda a la familia. Un esfuerzo con un exiguo rendimiento. Todo un sacrificio que se queda a las puertas de la esclavitud porque, en realidad, el capitalismo ha dedicado recursos a acuñar nuevos términos intentando maquillar sus atropellos a los derechos humanos. Uno de esos conceptos es el de Maquila. A oídos del mundo, desde luego, cabe reconocerlo, suena un poco más suave que el de esclava. Pero, en términos prácticos, el impacto social y humano es muy parecido. Por desgracia, no son pocas las transnacionales que utilizan este método para deslocalizar la producción y depositar toda la carga del peso de la producción en mano de obra barata en países con legislaciones muy difusas o poco sólidas para garantizar derechos. Un sistema económico que concede el privilegio a unos pocos de nadar en un abundancia de recursos que permitiría vivir a un tercio de la población mundial en una decentes condiciones. Uno de ellos, en estos últimos tiempos, ha decidido realizar donaciones a la sanidad pública española con nuevos aparatos para el tratamiento contra el cáncer. Un hecho que ha motivado un debate sobre las donaciones de los multimillonarios. Si la filantropía es bienvenida o no. Y ajeno a la visión y opinión individual de cada uno o una conviene tener presente que estos gestos altruistas suelen cobrarse un alto precio: la dignidad de numerosas personas invisibles.  ¡No lo olvidemos! 

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