Opinión

¿Quién paga el precio?

LAS CONSECUENCIAS del Cambio Climático no golpean de la misma forma a una parte del mundo que a otra. Es una evidencia, difícil de cuestionar para los negacionistas, que unos contaminan y sobrepasan todos los límites establecidos de emisión de gases de efecto invernadero y otros sufren las severas consecuencias. No son países como China, Estados Unidos o Brasil, ausentes en la actual cumbre del Clima que se celebra en España, quienes soportan el verdadero peso del desequilibrio medio ambiental en el planeta. Hace unos meses, un análisis riguroso de la ONG Oxfam Intermón se hacía una importante pregunta: ¿Quién paga el precio? A tenor de las experiencias registradas la respuesta tiene unas localizaciones geográficas muy distintas al origen del problema: Somalia, Etiopía, Mozambique o Kenia son algunos de los lugares donde la situación es crítica. Y el panorama es muy contradictorio porque mientras los agricultores de Estados Unidos tienen garantizadas las cosechas en estos cuatro países los cultivos no logran ni siquiera abastecer a la población local por sequias prolongadas o eventos meteorológicos virulentos como fuertes lluvias en un corto plazo de tiempo. Un comportamiento que acelera la erosión de la tierra y reduce su nivel de fertilidad. A esto se suma la falta de pastos para alimentar al ganado, situación que también amenaza un oficio como el de la ganadería. Sin embargo, éstos últimos no son responsables de la crisis climática y sí los primeros que muestran su prepotencia y arrogancia dejando una silla vacía en la cumbre. En otro punto del mundo, en el Golfo de Fonseca, un enclave marino que comparten tres países de Centroamérica como El Salvador, Honduras o Nicaragua, los pescadores salen cada vez menos a faenar por la falta de género ante un acusado aumento de la temperatura en las aguas del Pacífico. Esto ha disminuido el número de especies, ha limitado las posibilidades de obtener recursos para el sustento de las familias y ha desabastecido los mercados, elevando así los precios del pescado, de tal forma que se convierta en un alimento inaccesible para muchas personas. Una consecuencia directa para la buena salud por la falta de un elemento esencial para mantener una dieta equilibrada. Pero, el impacto no solo se detiene en este punto también incide en el ecosistema de la zona porque los pescadores, como medio alternativo de vida, encuentran en el corte del manglar una salida urgente a sus penurias económicas. Y este hecho provoca alteraciones o extinciones de la fauna autóctona que utilizaba este entorno natural para garantizar su hábitat; unas especies muy valiosas para asegurar el alimento de peces y otra serie de animales marinos que, en el pasado, llenaban las redes de los pescadores de la zona. Con estos escenarios expuestos queda demostrado que quienes pagan un alto precio por las consecuencias del cambio climático no son los mismos que quienes provocan la cadena de perturbaciones en el equilibrio de un planeta cada vez más amenazado. Otra de las tantas desigualdades generadoras de una pobreza que ya se cobra millones desplazamientos y refugiados climáticos. Pero, los principales causantes de toda esta crisis no deberían olvidar que el cambio climático ignora conceptos como las fronteras. ¡Advertidos quedan!

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