Opinión

Salen Franco y Aznar, entra Abascal

El mismo aznarismo que Rajoy mantenía durmiente acaba de dar su última cabalgada emulando al caballero sin cabeza de Irvin Washington en ‘La leyenda de Sleepy Hollow’
 

No deja de ser irónico que los restos de Franco vayan a salir definitivamente del Valle de los Caídos porque la ultraderecha haya llevado a Pedro Sánchez a hacerse con una cómoda victoria en la elecciones generales. Abascal ha catapultado a un Sánchez que se enfrenta a la nueva legislatura con todos sus sueños infantiles relativos a la Presidencia ya cumplidos, por lo que cabe la posibilidad que con más de 120 escaños y habiendo ya viajado en Falcon y charlado con Obama, el presidente se centre ahora en gobernar, en lugar de anestesiarnos, que es lo único que ha podido hacer los últimos meses.

Pablo Casado, conocido ya como Fra-Casado, también ha logrado algo verdaderamente histórico: cosecha el peor de todos los resultados que ha obtenido el PP de José María Aznar. El mismo aznarismo que tenía claro que la batalla estaba en la derecha, ese aznarismo que Rajoy mantenía durmiente, acaba de dar su última cabalgada emulando al caballero sin cabeza de Washington Irvin en ‘La leyenda de Sleepy Hollow’. 

A Casado se le ha puesto ya cara de cuenta atrás y todo hace indicar que su temporizador tiene como fecha límite las elecciones municipales... y no parece que vaya a llegar a tiempo de cortar el cable rojo. O Soraya o Feijóo deberían empezar a calentar para centrar un poco el proyecto popular, que queda muy desacreditado después de una campaña en la que el partido se ha dejado zarandear por las ocurrencias de Vox, entrando a competir con ellos en cada una de sus delirantes insensateces. 

Ha tenido algo más de suerte Pablo Iglesias, que calmará muchos ardores internos apelando al mensaje de la resistencia contra las tres derechas. Pero sólo será un alivio momentáneo, si las cosas no van bien en mayo va a ser muy difícil que resista de nuevo su liderazgo con dos resultados frustrantes y un partido en constante descomposición. 

En cualquier caso, el escenario que se abre ahora no es sencillo para ningún partido, no sólo por los problemas de aritmética, sino porque al plomizo peso de la crisis catalana se une ahora un reto que pondrá a prueba nuestra madurez como sociedad: el de convivir con una ultraderecha a la que hemos alimentado entre todos. Porque la irrupción de Santiago y cierra España Abascal llega directita de esos laboratorios de la todología de la derecha y la izquierda que llevan años asentando la sensación de que, si todos gritan, está bien gritar independientemente de lo que grites. 

Ahora que ya hemos visto lo que produce el supremacismo de las trincheras, no estaría mal tomar nota. No deja de ser difícil de explicar que estando enterrados los años lúgubres del terrorismo hayamos tenido la campaña electoral con más incidentes violentos y más ataques a sedes de toda la democracia. No deja de ser inquietante, a la par que vergonzoso, que estas elecciones se iniciasen con los ojos puestos en Covadonga con un señor hablando de Blas de Lezo y que hayan terminado en Ferraz con gritos de «¡No pasarán!». Suena todo demasiado extemporáneo.

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