Opinión

Oportunidad perdida

NO SABEN qué hacer con Juan Carlos I. Abdicó, lo retiraron de la vida pública, lo dejaron sin asignación económica y se fue desterrado a Abu Dabi. Lleva dos años fuera, se viene a Sanxenxo un fin de semana y con ello rompió, parece, todas las normas de la prudencia y de respeto a la institución que ahora ocupa su hijo Felipe VI. Pasar un fin de semana en Sanxenxo en casa de un amigo, salir a navegar, ir a ver desde la grada un partido de un nieto en Pontevedra y trasladarse a Madrid a reunirse con la familia no se considera discreto. Las expiaciones y humillaciones anteriores solo fueron ensayos para el castigo que se pide por algunos voceros políticos para un rey al que se le atribuye un papel fundamental en favor de las libertades. Que implore perdón de rodillas en la plaza pública.

Sin el papel de Juan Carlos en el pasado sería más problemática la homologación de España con su entorno de democracias liberales. Dominaba y se resistía el búnker franquista en las fuerzas armadas y en los centros de poder que se oponían al cambio.

Sabemos ahora —o hace tiempo, hubo silencios cómplices— que este personaje sobrepasó todos los límites, que le serían exigibles, de ejemplaridad ciudadana en sus obligaciones fiscales y en materia económica. No es el único. No incluyo, por supuesto, sus amoríos. Son asunto privado, salvo cuando se beneficiaron de lo público. Fueron carnaza los repasos mediáticos, más que en crónicas y tertulias rosas y sensacionalistas, a sus aventuras de cama. Cierto que Juan Carlos no anduvo muy fino con la elección de algunas damas con las que se perdió.

Haga lo que haga ahora Juan Carlos, todo vale como munición frente a la monarquía. Molesta, como le sucedió al casi siempre certero en sus opiniones y dardos Joan Baldoví, que encontrase calor público en Galicia. Hay soberbia moral y política en esa pena por las gentes que aplaudieron en Sanxenxo. Carmen Calvo, la exvicepresidenta, notó que en Sanxenxo hacía mucho bochorno. Pero, qué esperaban. No fue fiebre monárquica. Vi entre el personal del común más humor y chirigota con Juan Carlos como protagonista que el debate monarquía-república. Pero tanta dedicación para enfrentar a un padre y a un hijo produce efectos contrarios a los deseados. Si hasta las encuestas de Tezanos, también la última, dicen que la forma de la jefatura del Estado no es asunto que figure en las preocupaciones ciudadanas.

No se acuerda doña Carmen Calvo, que es andaluza de Cabra, y nadie se lo contó a la portavoz del Gobierno para no perder la oportunidad de callarse, lo que sucedía entre el pueblo, nombrémoslo así, con Juan Guerra, el hermanísimo del despacho. Chistes y hasta envidia por el enchufe, la recomendación y las prebendas.

Aclarémonos, ¿era o no asunto privado y de la Zarzuela el viaje de Juan Carlos a Sanxenxo? Si defendieron y difundieron tal teoría, toca callarse. Cuando menos, no entren en competición entre los socios de Gobierno —bochornoso, sí señora—, a ver quién le arrea antes y más a Juan Carlos y a la monarquía. De eso, es algo más que sospecha, se trata.

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