Opinión

Benditos ruidos

Los ruidos siempre son molestos, para la mayoría, y una bendición para quienes los acomodan como herramienta que silencia o distorsiona lo que no interesa que se sepa. O que se vea. Y sin son sucesivos, el último suele desfigurar a todos los demás. Por eso el Gobierno puede estar agradecido por el estruendo de lo que algunos califican de ‘huida’ de Juan Carlos I, pues mientras se abre la espita de reprobación monárquica, tanteando cómo empalidecer la Casa Real, no se habla o se habla menos de la pésima gestión sanitaria para atajar la pandemia, de la muy maltrecha economía, del paro que no se detiene y otras muchas deficiencias de Estado abiertas. Incluso permite que Pablo Iglesias se desboque con sus obsesiones anti realeza. O para que Sánchez se relaje de otras muchas preocupaciones, suponiendo que las tenga, y goce del relax vacacional en la mansión que en su día regaló Hussein de Jordania al rey emérito, y que acabó cediendo al Estado, que también es malsana coincidencia. Viene a recordar cuando Felipe González se acomodó en el Azor, el denostado yate de Franco, para surcar los mares. Pero volviendo a los ruidos, lo malo es que los desarreglos no se resuelven taponándose los oídos.

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