Opinión

Catedrales

POR DINDE quiera que uno vaya, si por un casual le apetece visitar la catedral, no podrá hacerlo sin pasar por caja, salvo alguna que otra excepción, como en Lugo. Las basílicas dejaron de ser lugares de culto, como lo fueron toda la vida, para satisfacer la devoción de los creyentes, a convertirse en apetitosos recintos mercantilizados de arte sacro. Como bien dice Julio Llamazares, "llegas y están los obispos esperando con la caja registradora". Ahora más acentuado, pero el afán recaudatorio se remonta en muchas de ellas a hace bastante tiempo. Cuando Llamazares hizo su recorrido inicial por setenta y cinco catedrales de España para escribir ‘Las rosas de piedra’, su primer libro (‘Las rosas del sur’ sería el segundo), en casi todas pagó por acceder, a no ser, si la memoria no me falla, en las gallegas. En realidad están secuestradas por la Iglesia, acaparadas para impropios fines crematísticos, en contra de lo tradicionalmente establecido. Por eso cabe preguntarse de quién son propiedad. Como bienes patrimoniales, debieran de serlo del Estado, y no lo parece. Cierto que como piezas monumentales requieren protección y cuidado, pero no solo como atractivo turístico, como instrumentos de negocio.

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