Opinión

Elecciones y películas

LAS CAMPAÑAS electorales son como una proyección cinematográfica en sesión continua. En realidad, admiten una amplia variedad de comparaciones: se pueden comparar con practicamente cualquier actividad humana sin dejar de ofrecer elementos en común. Pero vayamos con el asunto del cine, más que nada porque es el que he elegido y en este texto mando yo.

Entre los muchos curiosos que un observador atento puede descubrir en los filmes podemos mencionar dos que se repiten con bastante frecuencia, pese a que resultan especialmente absurdos. Está el hecho de tomarse una medicación para el estrés, la ansiedad, la depresión o cualquier otra dolencia psíquica cuando una escena determinada somete al personaje a un impacto de ese tipo. Por ejemplo: una policía que se está medicando por ansiedad sufre un revés en la investigación de un caso y, para subrayar el dramatismo de la situación, el guionista la mete en el baño a tragarse un ansiolítico. Pero, vamos a ver: ¿es que no sigue una dosificación prescrita por un facultativo? ¿o toma las pastillas como si fuesen gominolas?

Otro caso, no tan absurdo como exagerado, es el de los personajes que se sirven una copa en cuanto reciben una mala noticia, atropellan a un ciervo el día de acción de gracias (es algo que pasa mucho en las pelis yanquis: beber ante una desgracia, no atropellar ciervos) o su novio/a los abandona por un ex-concursante de GH-4. Suelen hacerlo justificando la ingesta alcohólica con un lacónico/ desesperado: "necesito una copa". La gente por aquí lo de las copas lo deja para las fiestas y, caso de enfrentarse a algo especialmente perturbador, si acaso, se emborracha y punto. La cosa esa del copazo para contrarrestar un giro del guión solo se ve en las pantallas. Estas cosas raras que tienen la ficción audiovisual también las observamos en las campañas electorales, otro tipo de ficción, al fin y al cabo. ¿O acaso no es raro que los telegénicos líderes políticos se dediquen a disfrazarse de lo que no son con el fin de captar votantes? Esa esquizofrenia de, por un lado, mostrar su perfil más definido para fidelizar al votante predispuesto y, por otro, variar el discurso hacia posiciones más conservadoras o radicalizadas según el espectro de posibles votantes que se deseen engañar, digo convencer. Cuando no se trata, directamente, de proclamar una serie de medidas que serán absolutamente ignoradas una vez se llegue al poder, como sucedió con Rajoy cuando prometió no bajar las pensiones y no recortar en sanidad y educación y luego tenía que andar escapando de los periodista por hacer todo lo contrario.

Llegados aquí, queridos lectores, ustedes y yo sabemos que las similitudes entre las películas de cine y el desarrollo de las campañas, si nos ponemos un poco exigentes, están cogidas muy por los pelos. Cabe preguntar: ¿y qué ganamos poniéndonos exigentes? Además, si no somos exigentes con nuestros líderes políticos (y no lo somos, que les dejamos decir una cosa y hacer la contraria), ¿por qué lo vamos a ser con los columnistas que solo intentan hacer pasar un rato agradable? Proseguimos, pues, aliviada ya la conciencia en las aguas de la confesión reparadora.

A continuación procederemos a asociar a cada líder nacional con un motivo emblemático que lo represente. Comencemos con Santiago Abascal, el último en llegar. Su elemento va a ser un caballo. O tal vez una pistola. Es difícil decidirse. Bueno, pasemos a Pablo Iglesias. Aquí la cosa va a ser un chalet, porque la coleta ya está muy vista. Abert Rivera: una brújula, que indique hacia donde girar, adónde dirigirse el minuto siguiente en la siempre dificil búsqueda del tesoro. Pablo Casado: un título de máster, o de la carrera de Derecho. Un título de algo, en todo caso, que te lleve a sonreir ante la vida como si no supieras hacer otra cosa. Y Pedro Sánchez, un aparatoso Falcon, un avión oficial que lo traiga y que lo lleve sin tener que reventarle los ejes a su famoso peugeot 407 con el que recorrió España en tiempos difíciles. Elecciones y películas, asuntos semejantes.

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